Es un horror estar con ustedes, lectores, sin antes agradecerles como es debido. En verdad, sin este grupo nuestro de lectores —y a la vez escritores— esta revista no existiría. Un lector toma un libro, un escritor viaja a congresos, pero la vida de un lector-escritor como tú y yo es insostenible sin el recurrente:
¿Ya leíste mi cuentillo?
¿Te leo éste, mi poemilla?
Mira, saqué diez en este ensayo.
Si en este segundo número de Farol exploramos el arte de narrar no fue porque el editor lo quiso, sino porque ustedes así lo desearon, pues eso nos enviaron. También podrían sugerirnos otras cosas y exploraríamos nuevas avenidas. Los valles y cimas de las reseñas de libros, me parece, es del agrado de muchos de nosotros. Imagina un escrito-lector que no se presuma, también, crítico. Sería como una revista sin carta editorial. Sin prejuicios. Estéril.
Es un honor, finalmente, aprovechar este espacio para invitarlos a nuestra mesa de tallereo. Es una pieza de madera alrededor de la cual discutimos nuestros cuentillos, nuestros poemillas y nos damos cuenta de que ese ensayo no valía el diez, pero tampoco estaba tan mal, probablemente.
(Para mayores informes contáctennos por e-mail, etc.)