Fandom: X-Men
(Victoria Creed, Victor Creed genderbend)
Aún era temprano y la noche acababa de cubrir el cielo. A cada paso que daba, las hojas otoñales crujÃan bajo sus botas mientras veÃa cómo las estrellas se asomaban poco a poco entre las copas de los abetos. Victoria ya no recordaba la última vez que habÃa probado una comida decente. Para esas horas, las presas fáciles ya deberÃan estar escondidas en sus madrigueras y serÃa sencillo encontrar algo sólo siguiendo un buen rastro. Sin embargo, habÃa sido el olor a estofado de cerdo el que habÃa hecho gruñir su estómago.
Victoria siguió el embriagador aroma hasta una cabaña en los lÃmites del bosque. Cuanto más se acercaba, su estómago rugÃa con más violencia. Cuando llegó al borde del claro, pudo distinguir desde la distancia al anciano sentado en su porche, balanceándose sobre una mecedora más ruidosa que los grillos. El viejo se espantaba los mosquitos con un trozo de trapo, mientras la anciana podÃa verse desde una de las ventanas de la cocina. Si su olfato e instinto no le fallaban, debÃan ser los únicos humanos en la propiedad. Victoria se relamió los labios, impaciente. No podÃa haber encontrado una situación más oportuna. En los corrales habÃa un festÃn de reses y cerdos, suficiente para saciar su apetito voraz, pero ¿por qué desperdiciar una comida caliente después de todo? El perro fue el primero en detectar su presencia acercándose. Los ladridos hicieron saltar al anciano de su mecedora y tambalearse hacia el frente en un intento por distinguir la figura en la oscuridad.
―¿Qué pasa, amigo? ¿Otro de esos malditos animales?
Victoria se escabulló entre el ganado, provocando que las asustadas reses comenzaran a mugir y correr de un lado al otro sin control. La empujaban y huÃan de ella manchándola de pasto, lodo y excremento. Pero las estúpidas bestias nunca habÃan sido su objetivo. La sangre le hervÃa y el apetito le hacÃa doler las entrañas.
―¿Qué pasa? ―chilló la vieja cuando el marido entró por el arma.
―Tranquila, mujer, sólo es otro coyote. ―Le escuchó decir.
Victoria no pudo evitar exclamar un gruñido de burla. Fue entonces que el can se abalanzó sobre ella. Fue el primero en morir. Sin duda un oponente valiente, pero inútil. Sólo habÃa bastado un zarpazo de sus garras para destrozarlo desde el estómago hasta la garganta. Las reses pisotearon el cadáver cuando intentaron escapar torpemente, pero no parecÃa tan sencillo para ellas escalar la baranda como lo habÃa sido para Victoria. De un solo salto ya estaba del otro lado y, para cuando sus pies tocaron el suelo, el viejo ya le apuntaba de frente, aunque ella sabÃa que todavÃa no podÃa verla con claridad por la distancia y la oscuridad cada vez más densa, asà que decidió regalarle una mejor vista acercándose a la luz de las lámparas donde sus ojos dorados brillaron como faroles.
―¿Qué demonios eres? ―le preguntó con la voz llena de valor, era digno de reconocerlo―. ¿Eres uno de esos monstruos que salen en las noticias, cierto? Esos mutantes o como les llamen.
El viejo no estaba tan equivocado. Ella era un monstruo y ver esa determinación reflejada en sus ojos era algo que le habÃa fascinado.
―Asà es ―contestó Victoria casi como un gruñido― y soy la peor de todos ellos.
Victoria se acercó paso a paso, pero el viejo no retrocedió ni una sola vez.
―Si no te largas de aquÃ, te atravesaré el pecho con...
―¿Con qué? ―Victoria volvió a burlarse―. ¿Crees que puedes matarme con esa cosa?
―¿Y tú crees que te tengo miedo? ―El viejo cargó el arma.
Victoria querÃa reÃr a carcajadas, pero no podÃa negar que el anciano tenÃa agallas. Cuando la presa luchaba asà por su vida, hacÃa que el juego valiera la pena. Entonces la rejilla de la puerta rechinó detrás de él y la figura de la anciana se asomó con el rostro como el de un fantasma. Victoria se relamió los labios de nuevo cuando el aroma del estofado impregnado en las manos y mandil de la anciana llegó hasta ella. Entonces sus intestinos volvieron a doler. El pecho le palpitaba y las manos también. Los gruñidos salÃan de su interior sin control. Se inclinó para impulsarse y alcanzarla de un solo salto, pero el anciano no iba a darle tregua.
El sonido del disparo habÃa resonado por todo el claro del bosque. La bala le habÃa dado directo en el pecho. Definitivamente el viejo tenÃa buena punterÃa, pero no mucha suerte. De haberle dado en la cabeza tal vez habrÃan tenido oportunidad de correr, pero la herida ya habÃa terminado de regenerarse para cuando alcanzó a la anciana en el umbral de la puerta.
―La cena estuvo deliciosa ―le dijo al cuerpo de la mujer cuando le pasó por encima al salir de la casa. Para ese entonces la noche ya habÃa terminado y el sol se asomaba entre las montañas tiñendo de rojo el cielo y la sangre sobre el pasto.