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La importancia del cine en la literatura de Rubem Fonseca
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La importancia del cine en la literatura de Rubem Fonseca

En pleno siglo XXI, es imposible pensar en las formas de arte como en algo aislado. Con tanta intertextualidad, tantas manifestaciones, tanta inspiración, pensar en una obra que sea “pura” resulta absurdo, incluso. ¿Para qué pelearlas? Al unir características de la literatura y la cinematografía, Rubem Fonseca creó El salvaje de la ópera, un libro que de inmediato te sitúa en una posición complicada, porque no sólo te conviertes en el lector, sino en el constructor de una historia. Generalmente sabemos que la literatura influencia al cine pero, ¿cómo influiría el séptimo arte sobre una novela?

El salvaje de la ópera se publicó en 1994 y cuenta la historia de Carlos Gomes, un músico humilde que por azares del destino recibe apoyo del emperador de Brasil para estudiar música en Italia. La novela nos cuenta la vida de este hombre: sus estudios, sus éxitos, sus fracasos, sus amores. La historia no nos brinda algo que no hayamos visto previamente porque maneja el tema eterno: ¿quién soy? Sin embargo, Fonseca le da un giro de tuerca a la forma de relatar la anécdota porque no estamos ante una estructura narrativa convencional sino ante la maqueta de una película, una especie de escaleta literaria previa a un guión formal.

¿Por qué decimos que es una novela si antes se le llamó “escaleta literaria”? Porque lo es, porque la historia avanza, por su extensión. Tal vez en esos sentidos sea convencional, pero sólo en eso, porque una vez que comenzamos a leer es fácil darnos cuenta que la experiencia no va a ser convencional. A lo largo de sus 334 páginas, el autor cambia de perspectiva constantemente: a veces estamos viendo la pantalla del cine, otras estamos hablando con el narrador (quien parece haber recopilado toda la vida de Carlos a fin de realizar una adaptación) y si no, estamos viendo su vida. Nunca sabemos lo que le va a pasar porque las oportunidades no presentan en forma de deus ex machina, sino que muchas veces tiene que luchar contra las adversidades e inclusive hay cuestiones que quedan abiertas para el lector, pues debido a la forma de narrar, se nos dice que quien adapte al final el guión podrá escoger entre diferentes vehículos para presentar cierto hecho. Ésa es la misma manera en que él nos arrastra a través de su literatura, el lector se siente en un laberinto y por más que voltee, no sabe si encontrará la salida.

Una de las marcas más importantes de esta novela es el extenso conocimiento sobre el lenguaje y las técnicas cinematográficas que tiene el autor. Para quien conoce la vida de Rubem Fonseca –pocos afortunados, pues es un hombre en extremo reservado– no es desconocida la pasión que siente por el séptimo arte, ni que ha escrito guiones, muchos de ellos premiados; además, debido a su fascinación y amplio repertorio de historias policiacas, es claro que está en contacto constante con el cine, pues son dos géneros que están ligados íntimamente. Eso sienta un precedente respecto a El salvaje de la ópera, pues es una novela que exige mucho trabajo mental del lector, como si el narrador nos obligara a convertirnos en todo el crew de filmación: somos directores, guionistas, editores, productores, ingenieros de sonido, músicos, directores de casting. Se vuelve casi una obligación el crear la película de Carlos Gomes porque la inversión creativa nos lleva a ello: si desconocemos términos de cine o la forma de presentar escenas, de alguna manera nos sentimos obligados a saberlo porque es parte de la construcción que el autor quiere que logremos.

Rubem Fonseca aprovecha su obra para hacer guiños hacia la historia del cine. Dado que estamos en el proceso de creación de una película sobre la vida de Carlos Gomes, un compositor de ópera, hace una pequeña comparación con Amadeus, la multipremiada cinta de Miloš Forman. La novela es un homenaje a su amor por el cine, a su carrera como guionista y como crítico, aprovecha para mostrarle al público que tiene más facetas que sólo la de escritor policiaco. El salvaje de la ópera es una cátedra sobre la creación, pues no sólo nos explica sobre los movimientos de la cámara o de la transición entre escenas, sino que nos enseña a trabajar sobre los personajes.

Al final, no es posible olvidar que la historia no sólo trata la literatura y el cine, sino también otra forma de expresión artística: la música. Ésta juega un papel muy importante a lo largo de la novela porque es la profesión del protagonista, él se gana la vida escribiendo óperas y sufre debido a su pasión. A pesar de que no tenemos las partituras, ni las letras de sus composiciones, es sencillo imaginarnos cómo se verían puestas en escena porque Fonseca transmite con una fuerza extraordinaria el sufrimiento artístico que le provoca a Carlos su pasión por la música. Lo observamos ir de un lado hacia otro, discutiendo por el montaje, porque no le gusta a quién eligieron para ser algún personaje. Peleando por el arte, por su arte.

El salvaje de la ópera representa muchas cosas. Es una conjunción artística, un homenaje a las artes, una prueba del diálogo entre manifestaciones, un ejercicio sin igual, pero sobre todo, una manifestación de por qué el autor se puede dar el lujo de recomendarse a sí mismo para saber cuándo una historia es buena. Navegar entre géneros es una práctica común en nuestra época, pero hacer una novela de una maqueta de cine de la vida de un músico ficticio es un verdadero acto de maestría. La relación entre la literatura y el cine es estrecha, son dos artes que convergen y que se van a seguir viendo las caras durante muchísimo tiempo. Enfrentarlas puede ser titánico, pero no imposible: basta con preguntarle a Rubem Fonseca.

28 de abril de 2014 Daniela Saucedo No Ficción Número 2 Opinión Cultura

Editorial Número 9
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Barrera Enderle, V. Nadie me dijo que habría días como éstos. México: An.alfa.beta, 2015.