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Primitivo
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Primitivo

Dicen que el temor más grande del ser humano es el miedo a morir. Cuando nos encontramos al borde de la muerte, el cuerpo actúa por mero instinto con el fin de aferrarse a la vida. Un retroceso al origen, a lo primitivo. Es en este estado donde somos capaces de cualquier cosa, por más horrible que parezca. Tal es el caso del señor Hugger, que vivía en una cabaña a las afueras del distrito de British Columbia.

Una mañana se encontraba en su habitación, observando a través de su ventana los grandes arboles a la distancia, por donde los primeros rayos de luz solar se asomaban y llegaban hasta su cama. Sabía que debía levantarse lo antes posible, aunque no había podido dormir mucho estos últimos días. Sentía que una adrenalina le recorría el cuerpo desde aquel día, ese día que quedaría marcado en su mente como sello postal antiguo. Hacía tiempo que no se sentía de esa manera, desde hace un par de meses cuando tuvo que dejar su trabajo como leñador debido a las altas temperaturas que habían dejado los campos de la zona con pocos árboles que talar. Se decía que ya se habían presentado más de cien incendios en lo que iba del verano, por lo cual muchas personas se quedaron sin trabajo. Eso lo había tenido furioso, frustrado y deprimido, justamente en ese orden. Fueron semanas muy difíciles para él por la falta de alimento y motivación. Pero eso dio un giro de 180 grados la semana pasada, cuando volvió a aferrarse a la vida tal cual león a su presa recién capturada. Ese sentimiento no lo dejaría ir nunca más.

Se levantó de su cama y se vistió con su camisa a cuadros color rojo y negro, tomó sus guantes y se colocó sus botas de trabajo, esas ropas que tantos años de batalla habían dado y se hacían notar por lo desgastadas que estaban. Sin embargo, Hugger estaba orgulloso de ellas. No se iba a deshacer de esas cosas que prácticamente eran lo único que le mantenían la poca cordura que le quedaba. Echó una mirada a la habitación y, en un rincón, ahí estaba, la hoja resplandeciente y el mango algo maltrecho del trabajo arduo de cada día: su hacha, esa herramienta que le había dado el sustento, tanto físico como mental.

—Y aún lo sigue haciendo —pensó para sí mismo, sonriéndole al arma del guerrero.

La tomó entre sus manos y la observó detenidamente. Aún conservaba el filo de aquel día, algo sumamente increíble dadas las circunstancias. Se echó el hacha al hombro y salió de su habitación rumbo a la cocina. Al pasar al lado de la sala de estar pudo ver el televisor junto a la chimenea que, dicho sea de paso, poco se usaba. Había hecho demasiado calor como para mantenerla encendida. Eso podía transformar la casa en un horno de leña, literalmente. Una vez en la cocina, abrió la puerta del refrigerador. La cosa no pintaba nada bien. El refrigerador se había vuelto un criadero de hongos y cucarachas debido a la falta de luz eléctrica, algo que a Hugger no le preocupaba en lo más mínimo. Él sabía dónde podía obtener carne para alimentarse, dónde podía conseguirla en este preciso momento. Cerró el refrigerador sin inmuto alguno, dejó su hacha apoyada en una esquina y tomó la lampara de una de las repisas. Afortunadamente, aún podía confiar en las baterías. La encendió y se dirigió al sótano de su humilde vivienda, ahí donde había guardado sus provisiones. Comenzó a bajar las escaleras hasta encontrarse en el centro de la habitación. Se podía percibir un olor a madera podrida debido a la humedad del lugar, algo que Hugger supo aprovechar bien. Había convertido el sótano en una bodega que podía conservar su alimento por días, incluso semanas. Apuntó con la lámpara al rincón, justo detrás de las estanterías que guardaban diferentes tipos de aceites y mezclas. Ahí estaba, la comida con la cual no se moriría de hambre. No pudo evitar sonreír enérgicamente, esos días de hambruna habían pasado a segundo plano. Descolgó uno de los cuerpos del gancho que lo mantenía en pie, con suma precaución los había curtido en sal hace dos noches para que conservaran su sabor y aroma. Ya podía saboreárselo. Subió nuevamente a la cocina a paso lento, pero seguro, debido al peso de su presa. La colocó en el pequeño comedor con sumo cuidado. Era increíble como la criatura apenas cabía en la mesa, con las extremidades inferiores sobresaliendo por un lado.

—Hora de trabajar —vociferó mientras tomaba su hacha y empezaba a blandirla tal cual herrero que prepara su espada más preciada.

La carne se despellejaba, dejando salir la sangre a borbotones. A Hugger eso ya no le preocupaba, los huesos no eran rival digno para el hacha del guerrero, desquebrajándose con un sonido que casi podía hacer eco en toda la casa. En una hora ya había terminado su trabajo. Hugger se encontraba sorprendido, todo lo había realizado con una agilidad casi sobrehumana. Era como ver al cazador destrozando a su presa con esa habilidad que sólo los seres primitivos conservan, y todo con la perfección necesaria y adecuada. Empezó a clasificar la carne. Separó el lomo, el costillar, la cabeza y la papada. Estaba emocionado de la cantidad que había podido sacar de una sola criatura.

—Nunca más volveré a pasar hambre —pensó con suma felicidad.

Decidió prepararse para el desayuno de esta mañana un buen lomo asado. Lamentablemente, no contaba con la leña necesaria, sin embargo, observó la carne recién cortada. No pudo evitar sentirse extasiado. La carne era tan buena que llegó a la conclusión de que no era necesario cocinarla, decidió arrancarle un tajo tal cual cavernícola. La carne se pegaba a sus dientes, con algunos rastros de sangre aún visibles. Hugger era feliz, su apariencia no le importaba. Siguió comiendo como un cerdo que se abalanza a la bandeja llena de desperdicios, sus ojos le brillaban con cada bocado que daba. Por un momento, se detuvo, con aún trozos de comida en la boca. Había mucho silencio. Volteó hacia el televisor, lo cual resultó una mala idea. Después de todo, no contaba con energía eléctrica. Giró la cabeza hacia la cocina y vio el viejo radio debajo de la alacena. Sin soltar su buen trozo de lomo, corrió hacia el radió y lo encendió. Afortunadamente, aún funcionaba. Sintonizó el noticiero de las ocho de la mañana:

Muy buenos días a todos, compañeros ciudadanos. Se les informa que, afortunadamente, las temperaturas han empezado a disminuir, por lo cual una gran cantidad de turistas se ha congregado en esta nuestra ciudad para realizar diversas actividades al aire libre. Y no es para menos, el ambiente se presta para ello y, si usted se encuentra de vacaciones es un buen momento para pasar un día de campo con su familia, dar un paseo en bicicleta o ¿por qué no escalar nuestras montañas desde donde se pueden ver vistas maravillosas? Sin duda, una época sumamente fructífera tanto para el turismo del condado como para sus ciudadanos que ya deseaban unos días de paz y tranquilidad. Esperemos que todos puedan disfrutar de lo que la naturaleza nos brinda.

En otras noticias, lamentablemente tenemos que informar que hasta el momento no se han podido encontrar las dos chicas desaparecidas, Sarah Newman y Michelle Parker, amigas que, de acuerdo con sus familiares, habían ido a acampar a las montañas. No se ha sabido nada de ellas desde hace cinco días. Si usted cuenta con cualquier información que pueda guiarnos a su paradero, por favor comunicarse a los teléfonos de la policía del condado. Seguiremos informando.

Hugger sonrió mientras le daba el último bocado a su lomo crudo y sanguinolento.

—Efectivamente, nunca volveré a pasar hambre —aseguró para sus adentros mientras observaba los restos de la pequeña Sarah.


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