Esa mañana, la bella joven de largo cabello plateado se despierta en su enorme cama repleta de sabanas calientitas y cĂłmodas. Las doncellas asignadas para facilitarle la vida la despertaban cada mañana despuĂ©s de las diez, Âżpara quĂ©?, para nada interesante en realidad. Las princesas, despuĂ©s de todo, no hacĂan muchas cosas, en especial Jessenia, quien, con tan solo pedir una simple cosa, por más trivial que esto sea, la gente que la oye solo escucha una orden absoluta.
Las doncellas, quienes eran chicas realmente lindas y de buen porte, con largos vestidos de sirvienta y jĂłvenes, ayudan a Jessenia a desvestirse, a peinar su larga cabellera frente a un amplio espejo dentro de un marco de oro sĂłlido. Las chicas, ambas, sonreĂan ruborizadas cada mañana desde hace ya vario años, pues no solo peinaban los extraños y bellos cabellos de una princesa, sino que tocaban parte del cuerpo de la mujer más hermosa de este mundo, no, de la mujer más bella que haya existido o existirá en esta vida.
Fue lo que Jessenia pensĂł de ellas con tan solo ver sus bobaliconas sonrisas llenas de Ă©xtasis, no obstante, la joven princesa no pudo culparlas, ya que la chica sabĂa que no era culpa de ellas, sino de sĂ misma, debido a lo ocurrido diez años atrás, aquel suceso, aquel acontecimiento ocurrido en un sendero solitario bajo la luz de la luna, desde que conociĂł a esa extraña mujer, toda su vida habĂa cambiado de forma radical.
Al principio ese cambio fue el mejor de toda su vida, la niña no paraba de sonreĂr alegremente y de reĂr, por esa Ă©poca, Jessenia habĂa recuperado la sonrisa y la alegrĂa que creĂa muerta desde que abriĂł la puerta de su casa una tarde y encontrĂł lo que encontrĂł del otro lado. A partir de ese momento, su vida se convirtiĂł en un infierno.
Jessenia sacudiĂł la cabeza para alejar aquellos amargos recuerdos. Ya no servĂa de nada rememorarlos porque, a fin de cuentas, Âżalgo cambiarĂa por tan solo revivirlos dentro de su cabeza? No. Lo más fácil y sencillo era olvidar. Echarlos bajo la cama o bajo la alfombra y pisotearlos cientos de veces, esperando a que se disolvieran como las partĂculas de polvo.
—Ya está lista, Princesa —comentĂł con alegrĂa una doncella.
Jessenia regresĂł de su ensimismamiento y se vio reflejada.
“Por quĂ© todos dicen que soy la mujer más hermosa de todo el mundo? La verdad, apenas si soy un poco bonita” fue lo que pensĂł Jessenia de sĂ misma al verse reflejada. La verdad era que la joven princesa era muy linda, tenĂa un bonito rostro y un par de tiernos ojos azules, piel tersa y suave y unos pechos no muy grandes, pero tampoco eran pequeños, piernas largas y un abdomen plano. Era una chica atractiva, quizás un poco más que el comĂşn, pero estaba muy lejos de ser poseedora de una belleza casi divina como la gente que la rodeaba la tachaba con tan solo verla.
—No es culpa de ellos, sino mĂa —se repitiĂł mentalmente con ojos vacĂos de emociones y la mirada un poco baja.
—¿Princesa? —repitió preocupada una de las doncellas—. ¿Se encuentra bien?
—¡Ah! Claro, me encuentro bien, no te preocupes —se apresurĂł a decir—. Hiciste un buen trabajo Emily—le dijo con una sonrisa un poco forzada e hizo lo que siempre hacĂa, aunque ella no le encontraba ningĂşn significado: acaricio la cabeza de la linda doncella como si de un perro leal se tratara. La muchacha se alegrĂł mucho por esta muestra de cariño que sus mejillas parecĂan más bien un par de tomates.
—Yo tambiĂ©n hice un buen trabajo, Princesa —le recordĂł la segunda doncella que tenĂa el cabello más largo que la primera y suelto hasta el nivel medio de la espalda.
Jessenia repitió la caricia de la cabeza con ella también y esta segunda joven se alegró y ruborizo como la primera.
—¿A dónde ira hoy Princesa? —preguntó curiosa Emily—. A la gran Biblioteca a leer un poco, a visitar al pueblo o a caminar por el reino.
Jessenia volteo a mirar a la segunda doncella.
—¿TĂş quĂ© opinas, Jane, quĂ© deberĂa hacer hoy?
Jane se arrodillo frente a la Princesa Jessenia y exclamo lo siguiente:
—No me corresponde decirle que hacer Princesa, cualquier cosa que usted decida hacer será lo correcto solo porque usted asà lo dice.
Jessenia entrecerrĂł los ojos, deprimida. La misma respuesta de siempre, más de una persona se lo habĂa dicho a lo largo de su vida, desde esa noche, con su encuentro con esa misteriosa mujer vestida de negro.
“Cualquier cosa que usted decida hacer será lo correcto solo porque usted asĂ lo dice” era la respuesta que mucha gente le ha dicho desde hace diez años atrás, pero la verdad, Jessenia llevaba todo ese tiempo cuestionándose si de verdad hacĂa lo correcto. Pese a tenerlo todo, una enorme cama cĂłmoda y caliente dentro de una espaciosa y bellĂsima habitaciĂłn perfectamente bien decorada, vivir dentro del palacio real y ser considerada una de las hijas más del rey, aunque no estĂ© emparejada de ninguna forma con la realeza. Llena de todo tipo de lujos y comodidades y, aun asĂ, se sentĂa muy vacĂa, hueca; ella sabĂa que no se merecĂa nada de lo que poseĂa actualmente, ya que jamás hizo nada para ganárselo. O al menos, asĂ era como Jessenia se sentĂa al respecto.
—Caminemos por el reino, un poco de sol me hará bien.
Ese dĂa no tenĂa ganas de encerrarse dentro de la Gran Biblioteca para atiborrarse de cuentos, relatos, crĂłnicas y novelas de fantasĂa, que narraban las emocionantes y peligrosas aventuras de los diferentes guerreros, soldados, prĂncipes y princesas guerras del mundo de la ficciĂłn, quienes se enfrentaban a los peligros del mundo por una u otra razĂłn.
Mientras caminaba hacĂa la entrada principal del castillo y con todos los ojos de hombres y mujeres sobre ella, sonriĂ©ndole con las mismas caras bobaliconas de siempre, es que Jessenia piensa en la inexistente posibilidad de que algĂşn dĂa, un prĂncipe, un guerrero o un ser cualquiera la rescate de la jaula en la que se encontraba y en la que ella misma se metiĂł y no sabĂa cĂłmo salir.
Mejor dicho, Jessenia podĂa salir en cualquier momento, dentro de ella tenĂa el poder de hacer con los demás lo que ella quisiese. En el pasado lo habĂa experimentado. Cualquier cosa que ella pidiese, por más inverosĂmil, irracional o ilĂłgico que suene, la gente se lo concederĂa, ya que a los ojos de los demás, Jessenia era un ser perfecto, deseado y amado por tan solo una simple vista que se le eche. Era tan amada y deseada, que resultaba al mismo tiempo intimidante y repelente. Ya que nadie sabĂa cĂłmo mantener una plática con ella sin perderse en el cielo de sus ojos o en la mĂşsica de sus labios. Casi como si Jessenia fuera una Gorgona con mirada petrificadora, sĂłlo que ella encantaba y no convertĂa en piedra y lo que era más, la gente nunca se resistĂa.
Por lo tanto, ella podĂa salir del reino en el momento en que ella lo deseara, lo Ăşnico que se lo impedĂa era el miedo. ÂżA dĂłnde irĂa si realmente se fuera? ÂżQuĂ© harĂa con su vida? La respuesta era obvia: nada de nada. Su poder se encargarĂa de endulzarlos a todos y, a su propia manera, petrificarĂa a un montĂłn de inocentes. Por lo que preferĂa quedarse encerrada en el castillo, donde su poder incontrolable no dañe a terceros. Pese a esto, la chica necesitaba de los rayos del sol y de estirar las piernas un poco.
Al momento de salir y ver como el puente bajaba sobre un enorme poso lleno de agua que rodeaba todo el castillo, la joven princesa ve más allá el inicio del pueblo. El puente conecta con el otro lado y la princesa, junto a sus doncellas Jane y Emily, quienes caminaban a su lado separadas por un metro de distancia. Frente a los orbes azules de Jessenia, el Reino de Fior se levantaba hermoso durante el dĂa, bello durante la noche y, al mismo tiempo, almacenando los dolorosos recuerdos de su pasado y el vacĂo que proyectaba su futuro. Años atrás, Jessenia habĂa perdido el interĂ©s en ese reino.
El sol amenazaba con quemar lo que sea que estuviera debajo de Ă©l. El cielo estaba limpio sin una sola nube surcándolo ese dĂa, el viento era fuerte y cálido. Una persona de baja estatura, vestida de pies a cabeza con una vieja capa de viaje, yacĂa frente a una enorme grieta que impedĂa su avance, más allá de donde se encontraba, se veĂa a simple vista el Reino de Fior. Una increĂble ciudad construida en la cima de una cadena de montañas, tres para ser más exacto y las tres ciudades se mantenĂan unidas por unos enormes puentes. Era una verdadera pieza de arte creada por humanos.
El viento soplaba y junto a las ramas de los árboles a los lados del camino, la larga capa de viaje del individuo se ondea hacĂa atrás sin quitarle los frĂos ojos azules de vista a su objetivo. Una simple grieta no impedirĂa su paso.
Jessenia caminaba entre las humildes viviendas de las personas, una serie de casas construidas con madera y que yacĂan separadas de las de sus vecinas por unos cuantos metros de distancia. La calle por la que trascendĂan los habitantes era lo bastante ancha, lo suficiente como para que un grupo de personas se haya reunido con el Ăşnico propĂłsito de ver pasar a la princesa del reino.
La multitud se habĂa agrupado para ver caminar a Jessenia y era esta una de las razones más fuertes por las que pocas veces salĂa del castillo. Detestaba el absurdo comportamiento de toda esa gente, las idiotas sonrisas de sus caras y sus torpes halagos, sino fuera porque necesitaba salir de vez en cuando a caminar y a que le dĂ© el sol, Jessenia permanecerĂa encerrada en la Gran Biblioteca todos los dĂas y todas las noches, despuĂ©s de todo, en ese lugar se podĂa vivir toda una vida humana leyendo y leyendo y jamás acabarĂas de leer la mitad de todos los libros que el Rey Joseph coleccionaba.
Se le prestaba más atención a la princesa Jessenia que a las auténticas hijas del rey: Aria de quince años y Ariana de doce, siendo Jessenia la mayor con dieciocho años.
—Es ella, es ella —decĂa apresurado uno de los habitantes.
—La Princesa Jessenia es tan hermosa —gritaba otro.
— Me alegra tanto estar vivo —exclamaba exagerado otro.
—Espero que la Princesa nunca se case y nunca se enamore, ella es para todos, no sólo para uno —trató de decir un hombre en voz baja, no obstante, no lo logro.
Al escucharlo, Jessenia no se molestĂł, sĂłlo sintiĂł un poco de tristeza. Pues, para empezar, Jessenia jamás ha sentido alguna emociĂłn o algĂşn sentimiento parecido al amor; lo Ăşltimo que supo de esta palabra fue hace diez años atrás, cuando la chica era alguien totalmente diferente y no la falsa princesa que fingĂa ser ahora.
Desde que entro a la adolescencia, muchos chicos jĂłvenes y guapos, de toda clase de posiciones sociales, habĂan tratado de ligarla, de cortejarla, de seducirla, no obstante, la joven princesa ya no supo diferencia el amor real al sentimiento que todos ellos le predicaban todos los dĂas. El corazĂłn de la joven se volviĂł desconfiado y con el tiempo se fue cerrando. Tantos regalos, tantas promesas de felicidad y muchos hijos, pero la inocente y pura chica los rechazo a todos. En algĂşn punto de su vida, se acostumbrĂł tanto a los elogios, a los regalos y a una vida fácil, que Jessenia ya se aburrĂa de todo aquello, ya no le interesaba ni le despertaba un poco de emociĂłn. A sus ojos, todos eran iguales, hombres y mujeres, adultos y niños, la muchacha no fue capaz de sentir una verdadera conexiĂłn o un lazo con alguno de ellos. Ni siquiera por su padre falso ni por sus hermanos falsas, quienes la trataban como todos los demás, idealizándola, atribuyĂ©ndole virtudes que la joven no poseĂa. Jessenia lo sabĂa desde hace mucho tiempo atrás, ninguno de ellos la veĂa por quien era realmente, un ser humano dĂ©bil y lleno de defectos.
La princesa dejo escapar un profundo suspiro, miro hacĂa el piso y sus ojos yacĂan sin brillo, profundos, como dos pozos sin fondo; la joven se encontraba sola, perdida y desdichada y pese a estar rodeada de gente, nadie lo sabĂa, nadie la veĂa. Nada habĂa cambiado, lo mismo de hace diez años atrás seguĂa repitiĂ©ndose. Jessenia seguĂa estando sola en un mundo que no la entendĂa.
Fue entonces que sucediĂł, un repentino aire golpeo el lugar, los largos y hermosos cabellos plateados de Jessenia volaron al compás del aire y mientras levantaba la mirada, la princesa reconociĂł entre la muchedumbre, un par de ojos tan frĂos como el hielo mismo y pegados a una mirada tan afilada como la de un cuchillo, asĂ como adheridos a un rostro inexpresivo.
El intercambio de miradas no duro más de unos simples segundos, luego, uno de los habitantes del reino se interpuso en la vista y el misterioso par de ojos inexpresivos habĂa desaparecido.
La princesa miro esperanzada por todos lados, dichosa de haber encontrado a una persona que no cayera rendida por los encantos mágicos de su apariencia externa. Pero por más que busco, no encontró nada fuera de lo normal, solo la misma gente falsa que le predicaba todo tipo de halagos injustificados.
—Habrá sido mi imaginación? —se cuestionó la chica.
El dĂa le dio paso a la noche. La princesa Jessenia habĂa regresado al castillo despuĂ©s de haber caminado un largo tramo por el reino, buscando con la mirada al dueño de esos ojos inexpresivos, esperando encontrarlo en cada esquina que cruzaba. Lamentablemente, debido a su falta de actividad fĂsica, la joven de dieciocho años y cabellos plateados no tardo en cansarse, regreso al castillo al caer la noche, se tomĂł un largo y delicioso baño en la enorme tina de oro puro, ceno en su habitaciĂłn y las doncellas, Jane y Emily, la ayudaron a ponerse la piyama, le prepararon la cama y luego se retiraron, dejando a la princesa sola en el palco de su habitaciĂłn mirando el firmamento estrellado.
“¿Y si realmente fue mi imaginaciĂłn? ÂżY si mi destino es quedarme maldita por el resto de mi vida? ¡Ojalá no hubiese pedido ese tonto deseo hace diez años! No es diferente de antes, nadie ha podido darme lo que realmente estoy buscando”. Con estos pensamientos en mente, Jessenia miraba la bellĂsima y enorme luna llena que esa noche era de un exĂłtico color zafiro. Le hecha una rápida mirada al pueblo que se apreciaba más abajo y más allá hasta donde alcanzaba la vista, lugares inexplorados y desconocidos para la princesa, quien nunca ha salido del reino de Fior.
Triste y resignada a aceptar su cruel destino, Jessenia se va a la cama, deseando poder dormir y escapar a un mundo de sueños que prometĂa ser mejor que la realidad, despuĂ©s de todo, los sueños creados por la gente siempre son mejores que la realidad, donde uno no tiene ningĂşn control de los eventos a ocurrir, mientras que, dentro de su mente, todo salĂa como ella lo deseaba.
Se tumba en su enorme y cómoda cama, y luego de unos minutos recordando el extraño par de ojos indiferentes, la joven se entrega al sueño.
No obstante, mientras la princesa dormĂa plácidamente en su cama, un par de ojos indiscretos se le clavan desde un lugar lejano y cercano a la vez.
En una habitaciĂłn oscura y usando una enorme bola de cristal para ver como la chica dormĂa, un grupo de ojos la observan detenidamente.
—¿Y bien? —preguntó una voz áspera—. ¿Cómo ha salido todo?
—Lo hemos confirmado —respondió una segunda voz, igual de extraña que la primera, sólo que mucho más gruesa y ronca—. Un Extranjero entro al reino, pero ninguno de los guardias vio nada.
—Debe tratarse de un Cazador, ¿qué otra cosa puede ser?
—¿Un Cazador, estás seguro?
—No —respondió la voz áspera que se asemejaba a la de una mujer—. Los Cazadores trabajan por pedidos y nadie de este reino ha solicitado la ayuda de un Gremio, por lo que debe ser otra cosa.
—¿Otra cosa? —inquirió la voz profunda y ronca.
—¿Qué otra cosa puede ser? —preguntó una segunda voz ronca.
—No lo sé, pero sea lo que sea, si logro irrumpir en este reino sin ser detectado por mi magia, debe ser alguien peligroso y hábil.
—¿Que haremos entonces?
—Adelantar los planes, esta noche. Apresúrense, la luna está a punto de alcanzar su punto máximo. Reúnan a los guardias, es probable que los necesiten.
Los ojos de este ser volvieron a fijarse en la enorme bola de cristal mientras los otros dos ayudantes obedecĂan Ăłrdenes. A travĂ©s del cristal, Jessenia dormĂa plácidamente sin saber lo que estaba a punto de ocurrir y sin ser consiente que los acontecimientos de esa noche marcarĂan su vida para siempre.
Fuera del castillo y de pie sobre la rama más alta de un árbol que yacĂa prĂłximo al muro, un individuo alto, con una larga capa de viaje rota y llena de cortes y agujeros, miraba el alcázar con ojos profundos e inexpresivos. Esa noche el viento era frĂo y calmado. La luna llena seguĂa elevándose alta en el cielo estrellado, faltaba poco para que alcanzara su punto máximo.
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