Sentado en la mesa, añorando que tus ojos estuvieran aquÃ, recordé que tu vestido rosa se habÃa dañado en nuestra última fiesta. Mi imprudencia con el cigarrillo que tanto odiabas terminó arruinándolo, haciendo que tu mal genio floreciera por un mes en nuestras cenas.
Las margaritas que solÃa traerte no sonrojaron tus mejillas. Te fuiste a casa de Aurora, mi suegra, que nunca me quiso y siempre lo supe. Ésta fue su oportunidad para que no regresaras a casa, sumándole que nunca podrÃa darle nietos —mi esterilidad me acompañarÃa siempre—. Como si fuera la primera vez, intenté cortejarte, pero tu amor se habÃa ido al polo sur.