El cafĂ© anunciaba que nuestra conversaciĂłn acompañarĂa la madrugada; una madrugada entre fotografĂas, canciones y melancolĂas del ayer, arrullando nuestros corazones. Emma pensaba que los dĂas se habĂan ido pronto y los sueños de los hijos —conocer la torre Eiffel y el estadio de Maracaná— se esfumaron.
Los dos habĂamos construido unas vidas sin el amor que nos tenĂamos. Ella era la mujer del abogado del norte de la ciudad y yo, el esposo de Alicia, la enfermera del barrio. Las escaleras del ayer no regresarĂan. Hablar de nuestras vidas era una fantasĂa, pero Ă©ramos felices con lo que elegimos ser.