Esos latidos no eran los habituales; eran de melancolÃa, de olvido. No habÃa duda de que en ellos estaba el fin de nuestro amor. Algunos recuerdos del ayer se cruzaron por aquÃ, pero ninguno trajo el aceleramiento de nuestros corazones.
No hubo un sonrojamiento en las mejillas ni temblor en las manos. ¿Qué fue de nuestro amor? ¿Dónde están sus cartas? Aquà siempre hay latidos; los latidos que me recuerdan que ella se ha ido a jugar con las estrellas, que calman mi afligida alma en las noches de desolación que pinta el cielo.