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Aprender a bailar bajo la lluvia
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Aprender a bailar bajo la lluvia

Todo vuelve y es la misma sensación. En la mañana, mientras tomaba un baño, dispuesta a salir y despejarme, retomé el caso y lo dije: “Me siento exactamente igual como cuando pasó aquella vez”. La diferencia es que aquella vez fui más vulnerable, fui más perspicaz, tuve una oportunidad que supe aprovechar. Esta vez no tengo nada.

Es tan similar porque se siente igual y huele igual, y la lluvia es igual y la inundación en mi alma es igual… pero no la cercanía que sentí en aquellos tiempos. Soy tan torpe, tonta, testaruda, no sé diferenciar entre el bien y el mal. Y es que sigo siendo una niña, a diferencia de que te siento, te siento como mujer.

La lluvia va y viene, empieza fuerte, luego cesa. Mi corazón comienza a temblar: tiembla de miedo, miedo a perder, tiembla de ansia y de frío, tiembla porque no sabe qué pasará. Llueve y, mientras mi ventana se encuentra abierta, escucho como rebotan las gotas y vuelvo a pensar en ti. Esta lluvia me ha embriagado ciertamente, lástima que tu ebriedad no se deba a las gotas de agua que caen del cielo. Hablas y pretendes arreglarlo todo, y no te das cuenta, en ese estado sólo lo has empeorado. Me sentía tan tranquila, estaba tan decidida… hoy todo se esfumó. Adiós sueños, adiós pensamientos, adiós fortaleza, adiós vida nueva. Adiós. Esta lluvia me mata y amedrenta mi noche, sigo temblando y sigue lloviendo y no va a parar, me lo dice mi alma y me lo dijo un meteorólogo en la televisión… ¡Este huracán me está atormentando! Me refiero al huracán que lleva tu nombre, al huracán que me hace sentir tan débil. O mejor dicho, mi debilidad eres tú, tú mi dulce y tierna debilidad, que golpea fuerte y duro contra mi existencia. ¡No quiero sentir más! ¡Me doy por vencida! Estoy exhausta… Me duele amar.

Me pregunto, ¿por qué hay personas a quienes les gusta la lluvia? ¡Yo la detesto! La detesto porque me recuerda mi dolor y mi sufrimiento, porque la escucho y retumba en mis oídos como una fuerte llamada de conciencia. Este sentimiento me desgarra el alma. La lluvia siempre viene cuando él se va.

¿Y a quién le importa? Supongo que a nadie. Me irrita escribir sobre esto, pero aquí estoy. A veces pienso que debiera no sentir y quisiera abrir la ventana y sentir el aire fresco pero si lo hago posiblemente lloraré. Lloraré al sentir que la brisa está aquí festejando, danzando de un lado a otro sólo porque tú decidiste no venir. No viniste y no vendrás jamás.

¡Y aquí viene de nuevo! Maldita lluvia. ¿Por qué no te vas? ¿Por qué no me dejas una sequía inagotable, inconmensurable? Una sequía de sentimientos. ¡Sí! Eso es lo que necesito. No te quiero, lluvia, por mí llévate a este estúpido corazón y piérdelo por ahí. Daría todo por no sentirme así… me enfermas, tan simple como eso y no es sólo por decirlo: me enfermas literalmente, ahora esta gripe no me deja ni dormir.

“A partir de hoy todo cambia”, esa frase la he pronunciado tantas veces que mis palabras ya ni siquiera tienen validez. He tocado fondo. He descubierto qué tan estúpida, irónica, infantil e idiota puedo llegar a ser… Y al final del día vuelvo a caer en mi almohada llena de lágrimas y arrepentimiento. Quisiera ser ciega y sorda y muda y volverme nada y no existir, y después renacer en algo menos complejo como es un ser humano. Al menos un humano como yo. Tengo que entender que no puedo quedarme sentada esperando un cambio que no sucederá. Nada cambia si no cambio yo. Quizás debí haber comenzado por ese punto desde un principio. Así que dejaré de esperar a que pase la tormenta y aprenderé a bailar bajo la lluvia.

29 de octubre de 2013 Anahí Cano No Ficción Número 1 Introspectivo Melancólico

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