—Duele, ¿verdad? —preguntó mientras me miraba desnudo, tirado en el suelo, de rodillas sobre un charco de sangre con una espada encajada en medio del pecho, un puñal clavado en la pierna derecha muy cerca de la rodilla y otro en la palma de la mano.
—No se lo deseo a nadie —respondà con el poco aliento que aún me quedaba.
—Y, sin embargo, lo hiciste, te entregaste a ti; tu cuerpo, tu alma y todo por esto. ¿No es triste? —preguntó con un tono irónico y soltó una carcajada.
En ese momento, aquella bestia mostró sus dientes afilados que resplandecÃan entre la luz tenue que emitÃa el foco en la habitación.
—SÃ, es triste, pero aun asà no me arrepiento. Lo necesitaba, lo querÃa, tal vez; y, de alguna forma, también deseaba que me alcanzara en algún momento. Pero, a pesar de eso, no lo querÃa ahora —contesté.
Agaché la cabeza y respiré profundamente.
—¡Te querÃa mostrar más! —exclamó—. Pero ya no me dejaste, decidiste atravesarte en mi camino y hacerme dejar a la mitad lo que habÃa comenzado. Pudiste no dejarme salir de aquÃ, aguantar, pero fuiste débil, dejaste la puerta medio abierta, y mÃrate ahora —continuó.
Levanté la mirada, el foco de la habitación colgaba de un cable e iba balanceándose por el aire. Dirigà la mirada de nuevo a la bestia.
—Fue mala suerte —dije.
Se hizo el silencio. Realmente habÃa perdido la cordura, me habÃa dejado llevar por la apariencia fuerte de la bestia, por la aparente razón que en aquel momento encontré en sus palabras, la habÃa dejado salir a defenderme y, cuando quise regresarla de nuevo aquÃ, me di cuenta de que era incapaz de devolverla y cerrar la puerta a sus espaldas. Ahora estaba siendo envuelto por el dolor que me provocaban las heridas que tenÃa en el cuerpo.
La bestia levantó sus brazos, detuvo con sus manos con uñas largas y afiladas el foco que no habÃa dejado de balancearse. La habitación estaba frÃa, mientras más pasaba el tiempo, el lugar se enfriaba cada vez más. La bestia encajó un puñal en mi pecho muy cerca del brazo izquierdo.
—Tú me perteneces —dijo finalmente aquella bestia, quitando rápidamente aquel nuevo puñal que me habÃa encajado—. ¡No te vas a liberar mÃ! —gritó.
La sangre de la herida emanaba sin parar, dolÃa, ardÃa y no podÃa hacer nada al respecto. Todo el cuerpo me dolÃa.
—Nos pertenecemos, tu existencia depende totalmente de la mÃa. Si yo muero aquÃ, tú morirás conmigo —dije y tosà sangre.
La bestia frunció el ceño por un segundo, se rio y comenzó a arañar las paredes mientras se dirigÃa hacia mÃ. Clavó las afiladas garras de su mano derecha justo en mi pecho muy cerca de donde estaba encajada aquella espada y me levantó del suelo. Vi su cara fijamente, vi sus ojos grandes y verdes como los de un gato, su rostro se perdÃa en la oscuridad del fondo, sus dientes largos estaban presentes, expuestos. Mi pulso se aceleró. Tosà más sangre que la vez anterior. Su mirada estaba fija en mÃ, entre la oscuridad sonrió. Estando aun suspendido en el aire me acercó más a su cara, me miró detenidamente el rostro, después bajo la mirada observando cada una de las heridas que tenÃa. Terminó de observarme, la sonrisa se le borró del rostro y se perdió de nuevo en la oscuridad.
—Eres muy resistente y te odio por eso —dijo molesta—. Aun sangrando, con mis garras atravesando tus entrañas, sigues respirando —continúo.
No pude contestarle inmediatamente, me estaba ahogando con la sangre que se me acumulaba en la boca. Agaché la cabeza y la dejé salir. Volvà a dirigir la mirada a la bestia. Me miró por un momento y dejo caer mi cuerpo, provocando un sonido seco.
—Debiste regresar aquà cuando traté de detenerte, debiste escucharme. No sólo eres tú —dije mientras estaba boca abajo sobre el suelo.
Suspiré como pude y volvà a toser. La bestia volteó mi cuerpo. SonreÃ
—¿Tú por qué sonrÃes? —preguntó.
No respondÃ. Un ruido estrepitoso interrumpió la escena. En el lugar entraron un grupo de bestias más pequeñas que la que me habÃa estado torturando, tenÃan el pelaje blanco con una raya gris en la mitad de su cabeza, sus ojos eran azul claro, jadeaban. Unas de ellas se acercaron a mÃ, con su hocico quitaron los puñales de mi cuerpo, lamieron mis heridas, se sentaron a mi lado y restregaron su cuerpo contra el mÃo. Las bestias restantes se fueron directamente contra aquella gran bestia y comenzaron a morderla por todos lados.
La bestia comenzó a pelear y a forcejear contra estás bestias que habÃan llegado, muchas de ellas salÃan volando del lugar por la fuerza impuesta por la bestia, pero regresaban gruñendo furiosas y se lanzaban sobre ella. La bestia comenzó a lanzar alaridos, poco a poco aquellos gritos fueron aumentando y los ataques de las bestias se volvÃan incesantes. A mi lado estaban un par de ellas acostadas junto a mà proveyéndome de calor. La puerta estaba totalmente abierta.
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