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El abismo de Freud
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El abismo de Freud

El hypnonauta

Al intentar presentar aquí la interpretación de los sueños, podemos observar una habitación quizás oscura, como una selva, o quizás como una noche oscura, en su centro hallamos al ello, está muerto, pero está aquí.

El cielo se ha teñido de un negro profundo, lo que podemos catalogar como piso no es muy diferente, parece ser de ladrillos derruidos por el paso del tiempo, no hay rastro de civilización aquí, no podríamos decir siquiera si el ello lo es, si es humano, pero está aquí.

Levantóse tan pronto vio la noche, con movimientos lentos se había ya erguido, podía, por primera vez, explorar las regiones de Freud, o lo que parecían serlo. A pesar de no tener ojos, el ello podía observar a sus alrededores. No muy lejos de donde estaba, se extendía un largo corredor, a veces parecían ser un puente, otras veces parecía un entramado de calles, a veces no parecía algo en particular, sólo podía observar la inmensidad de la sinapsis. El ello no tenía ojos para verlo, pero estaba aquí.

Se adentró como pudo hacia la sinapsis, su paso no era rápido, ni siquiera era regular, iba a un paso lento, lento, pero era constante. A medida que se acercaba, el terreno tras ello había comenzado a desaparecer, lo único constante era el gran templo en que se había transformado la oscuridad. No tardó mucho tiempo en llegar a la entrada de la sinapsis, donde se encontró a otro ente, no podría decir que era humano o que era igual al ello, era un neurótico, pero estaba aquí.

Fue entonces que se pronunció la primera frase en la historia del mundo:

—¿Qué eres?


La sinapsis y el trauma

—¿Qué soy?

Y la segunda frase en el mundo se articuló.

El neurótico no hizo un esfuerzo por detener al ello, sabía que era un mal sueño o eso pensaba. El ello comenzó a vagar por estos caminos, recorrió tanto que apenas si vale la pena nombrar, los pasillos eran demasiado estrechos, algunos tenían paredes que simulaban ojos en la lejanía. En la cercanía, sólo podía observar el vacío casi eterno que se asomaba a ambos extremos, una especie de letargo no dejaba conocer más. Luces esporádicas como ocelos en los cielos se dejaban ver con una irregularidad extraña, ello no sabía qué era, pero estaba aquí.

No era un nyctonauta, la oscuridad cubría el paisaje en su totalidad, pero no podría decir que era de noche. ¿Es que acaso hubo también un día? No era un nyctonauta, y ciertamente una persona no era. Sus extremidades eran negruzcas y su torso se mostraba apenas algo más pálido que su demás cuerpo, su rostro no permitía mostrar emociones: no tenía ojos, pero veía; no tenía boca, pero ya había hablado; dentro de sí era ciertamente inteligente, pero ¿qué tanto? Desconocía de dónde venía y no sabía a dónde iba, parecía sólo un esfuerzo de la oscuridad por contemplarse en su inmensidad, casi onírico, ¿o quizás lo era? Ciertamente no era un nyctonauta, podría ser un Hypnonauta, quizá, pero aquí estaba.

Cuando menos se lo esperaba, había ya llegado a su trauma, no era tan diferente a lo que es uno. El ello bajó por las escaleras del trauma y no tardó mucho en percatarse de que, así como bajó, estaba de nuevo en la cima, podía seguir avanzando y el resultado no iba a ser diferente, como una idea perdida ya tiempo atrás. El ello estaba solo, haciendo un intento por escapar de un ya lejano pretérito, pero estaba aquí.


El trauma y el ciclo

El trauma era una superficie extraña, una vez entrabas ya no había un inicio o un fin, si bajabas o subías, volvías al punto de inicio. En cualquier punto de ella parecía que se estrechaba como un embudo, dentro de él no podías orientarte. Por primera vez en la eternidad, el ello estaba perdido, pero estaba allí.

Encontróse con otro ente, no como ello y, por supuesto, no como el neurótico. No podría decir que era humano o que siquiera era inteligente, lo que era seguro es que era un perverso, y todas las dudas se acallaron con la tercera y cuarta frase en toda la eternidad:

—¿A dónde irás sino es acabando con lo que eres y condenando tu cuerpo en el vacío?

Ello lo desconocía. Quizá más importante que el saber qué era, era saber a dónde iría. Quizás no era humano, pero dudaba como un neurótico y, después del trauma, sólo había despertado en sí la violencia, como un perverso o como un humano. Quizás no era un neurótico, quizás no era un perverso, pero aquí estaba.

Subsecuentemente, por primera vez en la historia había sido vencido por otros, por primera vez en la historia había dejado sus pensamientos en otros. Se acercó hacia la inmensidad de la oscuridad, se abalanzó sobre el acantilado que se tendía sobre sus pies y, finalmente, saltó. El ello tenía miedo, quizás no sabía hacia donde iría, no sabría su destino, pero estaba aquí.

Su descenso no fue brusco, caía lentamente por un tiempo que no podía mesurar. El tiempo había ya perdido sentido, podía hablar en pasado, presente o futuro porque eso ya no significaba nada, hasta que lo hizo. Había llegado a un nuevo lugar, con un aura familiar, quizá, no era algo abstracto, podía sentir la humedad en el aire, entre fragmentos de oscuridad y sueños de Freud.


El ciclo y el mar de la tranquilidad

Cayó suavemente en el piso, este era un piso de oscuridad total. En lo que parecía ser delante suyo, se mostraba otro ente, no era humano, ni mucho menos era un neurótico o un perverso, ciertamente no era como el ello, pero aquí estaba. Se acercó al ello, por primera vez se había presentado la locura en la inmensa eternidad. No estaba conforme y no estaba dispuesto a vagar por el negro eterno. Aunque no tenía ojos, miró al ello y pronunció la quinta frase en la eternidad:

—¿Estás conforme en la oscuridad eterna? Encuentra, pues, la respuesta.

Y tan pronto como terminó de hablar, el piso se volvió un teselado desaliñado, el moho dejaba verse en las ahora paredes definidas del lugar, barandillas de acero se extendían por largos pasillos que salvaguardaban a quien caminase cerca de los acueductos. Por primera vez podía ver color, el acero se teñía de un rojo ocre, que enmarcaba la oscuridad. Ello estaba sorprendido, desconocía lo que significaba, pero estaba aquí.

El psicótico no hizo esfuerzo por detener al ello, por el contrario, parecía guiarlo hacia una salida, parecía tener una afición por tomar el agua de los acueductos y separar de ella la oscuridad que se entremezclaba con ella. Mientras que lo acercaba a un lugar donde el agua caía con más fuerza, el ello desconocía lo que pasaba, pero estaba aquí.

Avanzaba entre los estrechos pasillos mientras un ruido ensordecedor le impedía continuar, hasta que cruzó una puerta plenamente blanca. Por primera vez en la historia, el blanco había sido color y, tras abrir la puerta, el psicótico no lo siguió más, la oscuridad volvía a tomar el paisaje y, frente al ello, figuraba un vasto mar de agua tan oscura que apenas se distinguía del cielo. Había presenciado el mar de la tranquilidad, no había paz para el ello, pero estaba aquí.


El mar de la tranquilidad y el inconsciente

El vasto mar era pacífico, no fue hasta que el ello entró que por primera vez en la historia se perturbo este mar. Cuando entró, su cuerpo se volvió más liviano y la visibilidad que tenía se volvió aún más reducida. Opuesto al ciclo, la oscuridad tomó todavía más dominio en el paisaje. Siguió bajando por el mar, aunque no nadaba, caminaba por el lecho marino hasta llegar a una inmensa escalera, por la que comenzó a bajar al observar que la orilla del mar se perdía lentamente a la lejanía. Quizás bajó con miedo, pero estaba aquí.

El ello recorrió escalones por un tiempo indeterminado, quizás eterno, que el pasado presente y futuro habían perdido sentido. El ello había llegado a un punto donde no podía sentir más los escalones. Quizás el océano no era infinito, pero se acercaba y, cuando menos lo esperaba, no sólo el tiempo dejó de tener sentido, también el espacio había dejado de tenerlo, sólo que ahora no habría nadie que guiara su camino, sólo era ello, perdido en una inmensidad de oscuridad. Ya no parecía un océano, quizás era la inmensidad del universo, quizás nunca fue un mar o quizás nunca fue físico, pero ello estaba allí.

Fue entonces que el ello habló en voz alta por primera vez en la eternidad, y también fue la sexta frase en la inmensidad del tiempo:

—¿Quién soy yo?

En la inconmensurable oscuridad, entre recuerdos y sueños, había encontrado el modo de avanzar hacía lo que parecía ser un monolito, no tenía inicio ni fin, un suelo parecía extenderse tanto por sus pies como por una eternidad encima de su cabeza, y el monolito conectaba ambas. ¿Qué era eso? El ello dudaba y sabía que estaba aquí.

—No soy un neurótico, no soy un perverso y no soy un psicótico, pero estoy aquí.


El monolito del inconsciente

Observaba la majestuosidad del monolito que tenía enfrente. Por primera vez en la historia, la admiración y la sensación de pequeñez habían nacido. El monolito era finito, pero sus dimensiones se acercaban a la infinitud, parecía haberse construido desde antes de los inicios de los tiempos, quizás desde entonces el monolito ya estaba allí. Sus paredes dejaban ver inscripciones en un alfabeto que aún no había sido creado, pero era más viejo inclusive. El ello acercó su mano y dejó sentir cada una de las hendiduras que generó el grabado del monolito. Sus inscripciones eran de una lengua tan distante que ni siquiera había sido creada aún, pero sus palabras habían sido ya talladas en la piedra. «Quizás ya había sido inventada y sólo se ha perdido en el abismo» pensó. Tenía miedo, pero estaba allí.

Como si un milagro hubiese caído sobre ello o quizás una metamorfosis, dos cuencas de su rostro brotaron, no tenía pupilas, pero sí un vacío inconmensurable. Por primera vez en la humanidad, se había leído: «¿Qué es uno? Uno no es sólo lo que es, es inconmensurable, es esta misma cualidad la que nos hace iguales y diferentes, la que nos hace únicos. Uno es siempre más que la suma de sus partes. Uno es su alma, sus deseos, sus traumas, el ciclo en el que caen, la falsa tranquilidad de esconder los deseos en lo más profundo del abismo de la mente».

Ciertamente no era un neurótico, ciertamente no era un perverso, ni era un psicótico, o quizás era todos ellos, quizás era humano.


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28 de octubre de 2023 Entgkar Rosenos Cuento Número 17 Introspectivo Filosófico

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