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El despertar de la doncella de las nieves
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El despertar de la doncella de las nieves

Fandom: Lovecraft


Despierto de un sueño casi eterno, mis ojos se adaptan a la intensa luz mucho más rápido que mi cuerpo, cuya rigidez me resulta extraña, al calor del ambiente. Nuevos conocimientos se depositan gota a gota desde el éter hasta mi inconsciente, nuevas palabras, nuevas artes sobre el dominio del hombre a la naturaleza, más allá de la mitología y de los sueños más chiflados de Log.

Estoy en un cuarto de hospital, ahora puedo dar razón a mis sentidos. Tras erguirme apenas consciente, veo a través de la ventana de un cristal empolvado, a ojo de halcón, un mundo en ruinas: bosques enteros de hormigón y fierro abandonados. Estoy segura y consciente de que es el piso número doscientos cincuenta de un rascacielos de acero frío y vidrio iridiscente.

Al mirar bajo mis prendas, reconozco mi cuerpo muy otro, con mis pechos, mi vientre, mi brazo izquierdo y ambas piernas echas de un material maravilloso con un brillo similar al cromo. Mi nueva situación, pese a que la entiendo con mi mente, no la logra procesar mi corazón (que late armónicamente, junto con el universo, a una frecuencia de 432 Hz) alimentado por energía atómica.

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Hace más de seis mil años, según mi mejor estimación, era tan sólo una joven doncella de una de las tantas tribus que se asentaban por temporadas en los incontables valles de los Alpes. Mi contingente era extenso, estaba toda mi familia antigua y mi nueva familia que venía de más allá del Rin a contraer matrimonio, para lo cual nos habían ofrecido un gran festín en señal de amistad. Nos dirigíamos hacia el lugar donde se llevaría a cabo la celebración, todos en caravana a través de senderos montañosos, con los espíritus altos por el alcohol, ofreciendo canciones a Ana la que provee, cuando de pronto, entre las sombras producidas por una gran ventisca de nieve, una silueta del otro mundo se impuso sobre nosotros. Era una figura humanoide, pero tan grande como un abeto viejo, con largos miembros que se arrastraban hasta el piso y un par de brillantes ojos rojos. De sus dedos se extendían garras afiladas con las que degolló y cercenó a prácticamente todos los miembros de mi familia, tanto de la nueva familia como de la vieja, tan sólo dejando con vida a las mujeres jóvenes de nuestro clan y a uno que otro hombre que logró perderse entre el bosque de pinos.

Mi padre y yo logramos huir por gracia divina, adentrándonos cada vez más en el sendero empinado de la montaña. Mi padre me dijo, cuando nos detuvimos tan sólo un momento para recuperar el aliento, que se trataba de un terror de tiempos remotos, uno de los Grandes Antiguos conocido con el nombre de Ithaqua. De esto no tenía duda, pues acababa de ver que dejó con vida únicamente a las mujeres bellas, con la intensión de aminorar su soledad y, tal vez, engendrar un hijo, según dicen las leyendas.

—Ahora vendrá por ti, querida hija, pero no podemos permitir que semejante criatura se mezcle con nuestra sangre.

Al decir estas palabras, tomó su hacha de cobre, su posesión más preciada, y comenzó a dar tajos sobre mi cuerpo, destrozándolo a su antojo, hasta que fue detenido en seco, herido en el hombro por una flecha del arco largo de mi hermano gemelo, quien nos había estado siguiendo todo el trayecto.

Mi hermano me tomó en sus brazos y me cargó, herido como estaba, por entre las sendas perdidas de la montaña, hasta que el frío y la pérdida de sangre nos hizo sucumbir a un gran sueño. En mi mente vagaba aquella vez en nuestra infancia que, entre risas y bromas, juramos nunca separarnos demasiado el uno del otro, así como el reflejo en el charco nunca se aleja demasiado de la realidad de quien lo mira.

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Ahora, finalmente, lo digiero, aunque este cuerpo biónico ya no necesita recibir nutrición de los alimentos: este mundo es otro y debo aprender a adaptarme a él. Escucho el marchar de pasos firmes provenientes del exterior. Una mujer guerrera, con aumentos biónicos como yo, azota la puerta al irrumpir en mi habitación.

—Por fin despiertas, princesita de las nieves. Soy Mórrígan, seré tu capitana. Espero que entre tus implantes neuronales esté la habilidad de matar zombis, porque la vas a necesitar.

De alguna manera entiendo cada palabra como si hubieran sido habladas en mi lengua materna. Con la misma seguridad y destreza le respondo:

—Tan sólo una pregunta, quizás te parezca una locura lo que digo, ¿sabes qué ocurrió con mi hermano y mi padre? Sus nombres son…

—¿Tu padre Ötzi? Está muerto —dice mientras arroja hacia mí una escopeta de gran calibre—. En cuanto a tu hermano… es una larga historia.

Sonrío al recibir las buenas noticias: hermano, si aún estás en algún rincón de este vasto mundo, da por hecho que te encontraré.

27 de enero de 2022 Ricardo García Fanfiction Número 15 Acción Horror Histórico

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