Fandom: Hunter X Hunter
Junto a ellos yacían piezas de Gungi a las que no habían tocado en más de una hora.
—¿Sabe? En mi aldea corría un rumor.
—¿Qué rumor?
A ella no le importaba proporcionar un tema de conversación, el que fuera; a él, demandar respuestas que ella daría complacientemente.
—Escuché que existe un ser que cumple deseos. —Simplemente un tema de conversación.
—Ya veo.
A Meruem, el rey de las hormigas quimera, no le interesaban los rumores de los humanos. Pero aun así preguntó:
—¿Y tú crees que ese ser guarda un poder como el que yo poseo?
—Oh, sí, por supuesto. Los poderes de ese ser no son de este mundo.
—Mmm, ¿así que eso es lo que crees?
¿Qué humano sino Komugi se atrevería a insinuar que al rey se le podía igualar en poder? Y lo que era el descaro: en frente de él.
—¿Sabe lo que yo pediría si pudiera hacer ese deseo?
—¿Qué pedirías?
—Pediría que usted viviera eternamente.
—Qué coincidencia, yo pediría lo mismo.
Sus corazones, de por sí en agitación, latieron en un ritmo que ninguno de ellos había conocido antes.
Tuvieron que dejar pasar unos minutos de silencio para recuperar un temple de serenidad que les permitiera seguir hablando.
—¿Sabe? En mi aldea también escuché que debes pagar un precio por tu deseo.
—¿Qué clase de precio?
—Oh, toda clase de cosas. He escuchado que puede complicarse mucho: desde mutilarte un dedo, hasta pagar con la vida de otros; por ejemplo, de tu familia. ¡Uy, me horroricé cuando me lo contaron!
—Yo no veo la complicación. Pediría mi deseo aun si tuviera que pagar con la vida de un millar de humanos. O de mis tres sirvientes. O de todas las hormigas quimera. Pediría mi deseo aun si tuviera que entregar uno de mis brazos.
—También he escuchado que sus guardianes tienen mucho poder. Debe ser cierto. Si no fuera verdad, ya todos la habrían buscado, ¿no lo cree?
—¿Y tú crees que tienen suficiente poder para derrotarme?
—Hmm. También escuché que esa “cosa” está bajo túneles, detrás de puertas y puertas. Tal vez usted no la encontraría.
—Peinaría toda la tierra para encontrarla, sin importar el costo. Ya sabes que las vidas de los humanos y sus bienes no me interesan. —Desafortunadamente el aliento se les iba—. Sólo me interesa una cosa.
De nuevo sus corazones latieron al unísono.
Para lo que él había dicho ella ya no encontró respuesta. La suya también era una vida humana.
—Komugi, ¿sigues ahí?
Y, sin embargo, podía perdonar el egoísmo por una vez. Ella tampoco deseaba ninguna otra vida que no fuera la de su rey.
El veneno se esparcía.
—Sí, aquí sigo.
Dos jugadores de Gungi no podían sentir remordimiento. Sabían que había piezas de las que se podía prescindir. Y piezas de las que no. Especialmente a punto de morir, no había movimiento que debiera guardarse.
—Komugi. Háblame.
El tiempo terminaba. Los planes de aniquilación de humanos, de deseos fuera de razón y cordura y de estar el uno con el otro para siempre no se completarían jamás.
—De lo que usted ordene, mi rey. Estoy para servirle.
La oscuridad casi ahogaba sus palabras. Pero bastó su respuesta por un momento. Hasta que el veneno alcanzó el corazón de Meruem.
No estaba mal pasar el tiempo del final en los brazos del otro.
A punto de alcanzarlo, Komugi se preguntó en el silencio de la prisión en que se encontraban si dos corazones que desean la muerte de los demás excepto la suya podían unirse en el cielo. Y si no —seguramente no—, tal vez en otro lugar.