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La casa
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La casa

Entonces, esa media mañana, Anita, Jorge y yo fuimos a ver la nueva casa de Martha y César, una muy vieja y de una sola planta, con un jardín bastante descuidado, en una colonia igual de antigua que la vivienda. Nos preguntábamos por qué se habrían comprado algo así si ellos ya tenían una muy bonita y más moderna. Durante la visita, los dueños no se encontraban con nosotros, ellos llegarían más tarde junto a Guillermo.

Al entrar se podía ver un recibidor de tamaño considerable, todas las paredes estaban tapizadas en un grotesco papel color naranja, adornadas involuntariamente por manchas de agua. Una gruesa capa de tierra cubría el piso, que dejaba en evidencia nuestros pasos a través de su interior, y una gran ventana polvorienta nos daba una visibilidad nublada. Respirar en ese ambiente me supuso el logro más ambicioso que ofrecía aquel lugar. Una puerta al frente te llevaba a la cocina y, si ibas a la derecha, encontrabas un pasillo con tres habitaciones, dos de un lado y una al fondo. Fue ese camino el que tomamos Jorge y yo. Anita decidió quedarse a esperar. Llegamos a este pasillo y, al ver a la izquierda, se abría otro más corto con una nueva habitación. Al final, una puerta metálica adornada con una ventana empañada y una cortina floreada en el mismo estado que el resto de la casa.

Muy divertidos, Jorge y yo avanzamos, platicando de todos los cambios y remodelaciones que se necesitarían. Decidimos omitir el patio, al no poder forzar la puerta metálica para abrirse, y entramos a la última habitación, una muy grande, con su baño propio, mas este último no contaba con una puerta sino con un gran guardarropa obstruyendo la pasada. Curiosos de cómo alguien había conseguido introducir por tan pequeño rectángulo un mueble de tal volumen, decidimos empujarlo y comprobar el otro lado. Nos preguntábamos si encontraríamos alguna puerta enorme o un ventanal hacia el patio porque dudábamos que se dirigiera a la calle.

Con risas bajas, presionamos de poco a poco aquel mueble. Realmente no fue mucho el esfuerzo que hicimos; cuando sentimos que se vencía en nuestra contra, el crujido y el peso nos espantó, así que decidimos asumir que habría una entrada al otro lado lo suficientemente grande como para poder sacar aquel guardarropa. Así, y sin ánimos de seguir investigando el patio, salimos al pasillo en busca de Anita, pero no bien habíamos cruzado la puerta, el sonido de una regadera fluyendo nos hizo detenernos. En mi duda, miré a Jorge quien respondió con un abrir de ojos y una ligera elevación de hombros. Regresé al baño del guardarropa, mas el sonido del agua corriendo parecía salir de cualquier otro lugar menos ese. Jorge me vio con una expresión en su rostro de incredulidad mezclada con temor. Le dije que no se preocupara, que debía de ser el baño de alguna de las otras dos recamaras. Entramos a la puerta más cercana, con la esperanza de que alguna tubería se hubiera roto y no fuera que estuviéramos escuchando cosas. No fue así, al revisar el baño de esa habitación la encontramos totalmente seca. Los vestigios de que alguna vez hubiera habido algún líquido sólo se hacían presentes en el techo, en los sitos donde la pintura ya se había desprendido. Fue en ese momento que Jorge retrocedió y observó, con un timbre ahogado en su garganta, que le habían comentado que ningún servicio básico, como el agua potable, estaba aún contratado.

Salimos a prisa, encaminándonos hacía Anita. Levanté la vista y encontré en la pared de la siguiente habitación, donde el sonido se hacía más prominente, una ventana pequeña. «¿Cómo era posible? ¡Ahí antes no había nada!» retumbó en los confines de mi mente aquel enunciado. Tenía un protector de metal oxidado que le atravesaba de lado a lado, se encontraba casi rozando el techo. Pude ver salir vapor de ella y una vibración vocal que no pude descifrar si se trataba de una risa, un canto o un lamento. La señalé sin emitir sonido alguno, limitándome a golpear el brazo de Jorge; él siguió mi dedo tembloroso y ambos nos asustamos. Nos asustamos mucho.

Volvimos aprisa al recibidor, me senté junto a Anita mientras Jorge, que se pasaba las manos por la cabeza una y otra vez, se excusó con salir a fumar y desapareció tras cerrar la puerta. Me temblaba el cuerpo, dejé escapar un suspiro y pregunté a Anita si también escuchaba el sonido como de una regadera. Dijo que sí. También mencionó, intentando ser comprensible, que debía de tratarse de alguna tubería mala y que Martha y César tenían mucho trabajo pendiente con ese domicilio. Me quedé estática por un momento, en mi mente pasaron mil cosas. Dude sobre seguir contando nuestros hallazgos, ya que verla frotarse las manos era indicio que también encontraba todos esos sucesos anormales. Sentadas de espalda a la puerta principal, le pregunté de qué color veía las paredes, ella dijo que azules. Me asusté aún más.

De pronto, caí en cuenta que me encontraba sentada y cuando llegamos no había nada, ni un solo sillón o mesa o silla alrededor y, sin embargo, ahora había una sala. La gruesa capa de tierra que encontramos al entrar se había reducido a más de la mitad. Un escalofrío me recorrió la espalda, empecé a respirar más agitada. Casi salté del asiento con el saludo de Guillermo al entrar. Llevaba un vaso de café comprado y miraba alrededor con cierto recelo. Sin dudarlo, le pregunté de qué color veía las paredes, él respondió que azules. Con mis nervios tirando de mi propio cuerpo, les afirmé a Anita y Guillermo que la casa estaba embrujada. No me creyeron. Les reiteré mi punto y Guillermo, para corroborar, se alejó en solitaria exploración. Ya no se podía escuchar la regadera corriendo. Anita, muy seria, me dijo que yo tenía razón, que la casa debía de tener algo sobrenatural porque ella recordaba las paredes naranjas y en peor estado. Golpeé con las manos los antebrazos de aquel sillón al tiempo que le contestaba que ahora había una sala. También se asustó, levantándose de su sitio.

Guillermo volvió, hablándonos a través de una ventana al lado izquierdo de nosotras, que daba a un patio, aquella ventana que había sido, momentos antes, una pared sólida. Dijo, muy seguro de sí mismo, que encontraba la casa normal, como cualquier otra, que no había nada raro con ella. Anita y yo nos miramos, ambas con la fuerte necesidad de salir a toda velocidad de ese recinto. Sin embargo, nos detuvo la pronta aparición de nuestro escéptico compañero. Cruzó por la cocina y sencillamente, pasó de largo a sentarse al lado de Anita.

Estaba a punto de insistir en un saliéramos pronto de ahí cuando nuevamente se abrió la puerta y entró, para mi sorpresa, un hombre muy parecido a mi viejo amigo, Ramón. Pero aquello era imposible porque Ramón no tenía ningún tipo de relación con los ahí presentes. Saludó a todos y se sentó en el sofá de enfrente. Mi reacción fue la de decirle cuán asombroso parecido tenía a con mi amigo y, sin embargo, el hombre se rio y afirmó que aquello era imposible, ya que era 1993. Aquella respuesta terminó por perder todo el sentido. Me levanté nerviosa, disculpándome, y salí de ahí.

Afuera, el perfil de la casa no era la de un inicio, menos descuidada con un jardín más vivo, de doble planta y ventanas opacas, sobre una calle abandonada en la nada. Jorge no estaba. El coche de Guillermo tampoco, ni el patio de concreto sino, en su lugar, una gran milpa.

Me froté la frente varias veces, buscando desesperadamente una respuesta factible. Risas distantes y una conversación inaudible provenientes del domicilio me hicieron volver la vista. Decidí entrar, pero ya no pude abrir la puerta de regreso. Golpeé la ventana y las voces se detuvieron. Escuché movimientos al otro lado y pude ver sombras que se desliaban por el lugar. Retrocedí, la cantidad de movimiento se había triplicado, y me fue bastante obvio que ya no eran ni Anita, ni Jorge, ni Guillermo, ni Ramón, ni la casa de Martha y César.

Los escuché murmurar. Los vi acercarse a la ventana y, tras el movimiento de la cortina rojiza que le adornaba, presa del pánico a lo desconocido, me agaché entre las macetas altas, con la mano en la boca, la respiración agitada y el corazón bombeando en la garganta, desaparecí tras las ramas de la milpa.


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28 de octubre de 2023 Mary Tonomura Cuento Número 17 Horror Misterio

Dulce
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