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Lecturas guiadas: los premios a la literatura y los prejuicios en la lectura
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Lecturas guiadas: los premios a la literatura y los prejuicios en la lectura

Es común ver que, en las portadas, contraportadas y solapas de los libros, haya notas con los premios que el autor o la obra misma han ganado. Dichas leyendas funcionan como una forma de avalar la calidad de una cierta obra, puesto que se ve respaldada por un jurado y el nombre de un premio, usualmente, homónimo de algún escritor de fama. Aunque no pretendo hacer una generalización, diciendo que todos los lectores se ven influenciados por estas presentaciones, es acertado afirmar que, de alguna manera, estas etiquetas insertan prejuicios en el lector. Estos pueden ser positivos o negativos y, además, pueden llevar a los lectores a cuestionarse a sí mismos, antes que cuestionar a la obra para estar de acuerdo con la aceptación general de la misma.El que una obra literaria o artística cuente con menciones importantes, no debe alejarla de la mirada crítica de un espectador ni ponerla en un pedestal para volverla incuestionable. ¿O son los premios a las obras literarias una forma de darle una validez permanente a la obra y volverla incuestionable?

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Una vez que el autor se desprende de ella, la obra debería poder sostenerse y explicarse por sí misma. Y el enfrentamiento dado entre el lector y el libro debería poder realizarse con el disfrute y la precaución de un primer encuentro. Un lector puede no tomar en cuenta los comentarios genéricos que aparecen en la contraportada o solapas: “La saga del siglo”, “Un libro que no podrás dejar de leer”, “Los personajes más profundos y enternecedores” etc., hechos por una tal Stephenie Meyer, autores del New York Times o no sé quién. Sin embargo, es más difícil evitarlo cuando aquello que está validando a un libro es un premio.

Un premio puede no sólo engañar al lector que busca el disfrute, sino también a aquel que espera observar la obra con una mirada crítica. Aunque quizá la palabra adecuada no sea engañar sino predisponer. Hablar de un premio es traer a nuestra mente una competición, un jurado y el renombre. En un enfrentamiento en donde el premio se entrega al texto ganador, el libro cuenta con su primera carta a favor: leer un libro premiado implica creer que se está leyendo al mejor texto, al de mayores cualidades.

La segunda carta a favor se encuentra en el peso que otorga el jurado. El jurado de las convocatorias se compone por un conjunto de lectores casi míticos, si no se sabe quiénes son, a los que suponemos unas eminencias en el campo de las artes. Dichos miembros del jurado probablemente también han sido premiados antes y, si el lector no quiere acercarse a mirar con cuidado sus obras, puede justificar su opinión en esos otros premios, que a su vez siguen el mismo modelo y se convierten en una cadena infinita de justificaciones. No hay mucha diferencia cuando se conoce el nombre del jurado, porque en ambos casos suponemos un gusto que se perpetúa y trasciende.

La tercera carta que da peso al libro se encuentra en el nombre del premio y de la institución, fundación u organismo que lo otorga. Este nombre habla a los lectores del tipo de premio que se está entregando y el renombre que tiene. Ver en la portada de un libro el nombre de un premio implica volvernos más o menos conscientes de que al momento de acercarnos a tal, nuestro gusto, conocimiento y opinión va a encontrarse con los gustos, conocimientos y opiniones de un grupo de gente quizá desconocida o conocida a quienes hemos establecido en una jerarquía más alta a la nuestra.

El problema, llegados a este punto, no es si la opinión del lector debe legitimarse por medio de la aceptación de las instituciones, puesto que dicha legitimación implicaría, a su vez, otra exclusión y una nueva cadena infinita. El problema es entonces la predisposición a la lectura o la intimidación que puede provocarle al lector. Ahorra, además, a los lectores la toma de riesgos o las interpretaciones, pues se asume que si el libro ha sido premiado es, por lo tanto, bueno. Con todo esto, no propongo que se eliminen las premiaciones a autores con dominio de una cierta técnica, pero sí debo preguntar: ¿por qué es necesario anunciar tales méritos en las partes que son la primera impresión del lector, como lo son la portada, contraportada y solapas?

5 de junio de 2015

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