La infancia tiene un toque de ingenuidad. Poder correr pensando que somos los más veloces, que nuestra mamá no podrá alcanzarnos, que comer una sopa que tiene un aspecto que no nos gusta puede ser la peor cosa que nos pase, pero lamentablemente hay vidas que no les toca esa ficción desde muy temprano y son puestas en una verdad muy temprana.
Dani, como su madre le decía cariñosamente, era el niño más feliz. Él sólo quería jugar con ella todo el día. Lo único que lo hacía más feliz era cuando un pequeño amigo suave llamado Señor Rex los acompañaba. Desde que Dani aprendió a caminar, ese pequeño ser de peluche absorbió muchos golpes y daba la impresión de ser feliz cuidando del pequeño niño. Su mami siempre trató de que comiera sano y, aunque vivían a una distancia retirada del pueblo más cercano, siempre buscaba lo mejor para ella y Dani.
Siempre vio a su mamá cercana a su pequeño huerto, donde al fondo había un cuarto donde su mamá guardaba muchas plantas y cosas que cultivaba. Ella siempre fue muy alegre con él, pero su semblante cambiaba cuando le decía que pidiera para que los cuidaran. Su miraba cambiaba y hasta en ciertos momentos le daba un poco de duda, de temor, pero sólo era un instante porque después esa cara cambiaba por completo y volvía a ser el rostro del ser al que más amaba, claro sin contar a Señor Rex. Madre, Dani y el Señor Rex siempre dormían juntos, pidiendo uno por el otro, pidiendo cuidar uno al otro, y como mantra siempre lo repetía mamá, aun después de que al pequeño Dani le ganara el sueño.
Esos día cambiaron, pues padre, que estaba de viaje, regresó. El pequeño no entendía por qué su mamá se veía triste cuando le dijo la noticia, pero muy pronto se dio cuenta. Su madre empezó a dejar solos a Rex y Dani durante la noche. El niño pasó de dormir sin problema a despertarse por las noches, escuchaba ruidos ahogados, y golpes secos que seguían de un gélido silencio. Su mamá dormía más por las mañanas, y las noches que ella dormía a su lado, era común escucharla rezar el «cuídanos», que de repente cambiaba en medio de su orar a «vénganos». Ni Dani ni el Señor Rex entendían el significado de esas nuevas palabras, sólo sabían que eran importantes para su mamá.
Pasaron los días, y de estar su madre triste y sin querer jugar, pasó a volverse más enérgica. Cada día eran nuevos juegos los que jugaba con Dani, que aprendiera a esconderse, que jugaran a los viajes. Dani debía memorizar qué cosas se llevaría si viajaran en avión, en tren o en barco. Todos los días había un juego nuevo.
Una noche, cuando su papá no estaba, su madre lo despertó, quería que jugaran a viajar, y que tomara sus juguetes favoritos, y que solo metiera los que cupieran en su pequeña mochila. Dani estaba más dormido que despierto. Como pudo, atontado, metió lo esencial dentro de su mochila, y obviamente el Señor Rex estaba a su lado, no en la mochila, si no de la mano del pequeñín. A lo lejos se escuchaba a su mamá corriendo de un lado a otro, pasando del cuarto del jardín a la casa, de la sala a las escaleras, de ahí a su cuarto. En eso, la puerta principal se abrió de un golpe, luego, como onda de expansión, todo quedó en silencio. Ella salió del cuarto sigilosamente hasta la mitad de las escaleras, buscando algo en medio de la oscuridad, de repente, cuando quiso reaccionar, una silueta la alcanzo desde el pie de las escaleras, ella como pudo intentó a subir, pero no puedo llegar más allá. Dani y el Señor Rex corrieron a ayudar a su mamá, pero, en el forcejeo, Dani soltó a Rex. El niño no pudo proteger a su amigo, el cual, instantes después, estaba ya en la planta baja, boca abajo, sin moverse. Pasó lo que tenía que pasar, el padre hizo lo que tenía pensado hacer.
Días después, el padre de Dani volvió a casa por la noche, después de terminarse el dinero que tenía en alcohol. La casa se veía diferente, no había luz, el jardín empezaba a secarse, y en los lugares donde antes se podía ver a una madre y a su hijo jugar, había botellas vacías de todos tamaños. Ella no pudo tranquilizar al pequeño Dani, pues en el hospital le dijeron que no estaba en condiciones de cuidar a su hijo, tenía muchas fracturas. Dani fue llevado lejos por un tiempo.
Padre estaba destrozado, pero lo que más le importaba era buscar una botella que todavía no estuviera vacía. Revisó toda la planta baja, pero no encontró nada. Subió, tratando de ver en medio de la penumbra, se topó con algo que pateó sin querer: un poco de luz de una ventana iluminó a un pequeño ser. Por un momento, padre se espantó, pero, al percatarse que era solamente un pequeño peluche sucio, no le dio más importancia y continuo con su búsqueda hasta que encontró una botella en una maleta.
Al momento de bajar dos escalones, un ruido lo alerto de algo detrás de él, algo se erguía frente a la luz de la ventana. Su cuerpo se erizó, no daba crédito de lo que estaba viendo. Entre temblores, torsiones y el crujir de la madera del piso, ese pequeño peluche se rompió casi por la mitad, mostrando unas entrañas como si fuera un animal recién atropellado en una carretera cercana, esos pequeños huesos se rompían y se formaban como si de pequeños, pero filosos dientes trataran. Con un grito fuerte, pero ahogado por la gran masa de entrañas que interrumpían el flujo de aire, se escuchó «venganza». Inmediatamente, el ser brinco y mordió el brazo del padre que sostenía la botella, lo cual provocó que saliera despedido, rodando hasta la planta baja, rompiendo las botellas vacías a su paso.
Ha pasado un mes desde la última vez que se escuchó ruido en esa casa, que se escucharon risas o gritos. Hoy, madre regresa a casa, la llevaron, en apoyo, unos policías en una patrulla. Primero entraron los uniformados para cerciorarse que todo estaba bien, pues después de muchos avisos, su esposo nunca se presentó a rendir su declaración del incidente. Al abrir la puerta por completo, encontraron su cuerpo en un estado bastante avanzado de descomposición, alrededor de él, botellas y vidrios rotos. Lo que más resaltaba era un pequeño ser verde en medio del pasillo, un dinosaurio de peluche, el mejor amigo de Dani.
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