Era un dĂa despejado y soleado. Los intensos rayos del sol cubrĂan todo a su paso y en un sendero pequeño y solitario, una persona caminaba. Era de baja estatura, su cuerpo entero estaba cubierto por un manto viejo de color cafĂ© claro, su semblante estaba oculto por la capucha, pero su mirada se mantenĂa fija en el camino de enfrente. Se detuvo. Delante de Ă©l ya no habĂa un camino, sĂłlo una profunda y larga grieta que le cortaba el sendero.
A varios kilómetros, pero vista claramente, se levantaba orgulloso el reino de Fior. Un reino independiente de todos los demás, que se encuentra localizado en la cima de una cadena de montañas.
La misteriosa persona observaba por largos minutos. Bajo la capucha, los ojos de este individuo no perdĂan de vista su objetivo.
Jessenia andaba por los caminos de Fior, como de costumbre, una gran multitud se apilaba desesperada para verla pasar. Todas las personas se quedaban calladas, observándola con ojos grandes llenos de una extraña devoción. A pesar de los susurros de algunos hombres, se alcanzaban a escuchar unos pocos comentarios:
—Es ella—decĂa uno. —QuĂ© hermosa es—decĂa otro. —¡Es una diosa que camina entre mortales!—exclamaba otro.
Los comentarios eran en su mayorĂa exagerados. La joven de dieciocho años, largo cabello recogido hacia atrás, grandes ojos azules, piel tersa y suave, voz clara y una figura bien marcada, era el sĂmbolo de la belleza de Fior. Lo más destacado de la joven era su largo cabello de tinte inusual, pues su color era un tono plateado azulado. La muchacha tenĂa un lindo rostro, pero estaba lejos de poseer una hermosura que le hiciera acreedora de halagos tan extremos.
Toda la gente allĂ apilada la observaba como si fuera una diosa entre simples plebeyos. Esto, para la mayorĂa de las personas, hombres o mujeres, seguramente serĂa algo muy cĂłmodo y agradable. Salir a pasear en un dĂa comĂşn y corriente y que inmediatamente despuĂ©s de salir, la gente te recibiera con grandes elogios y gratos regalos. Aun cuando no has hecho nada para merecerlos.
Jessenia caminaba entre toda esa gente con una sonrisa forzada en su terso semblante. Sus ojos reflejaban un intenso vacĂo que difĂcilmente podĂa ser llenado. Las personas continuaban gritándole todo tipo de halagos, estos eran dulces y gentiles, pero para la chica, eran irritantes y molestos. Jamás les decĂa nada, pero desearĂa que dejaran de comportarse como tontos. Ella no habĂa hecho nada para merecerse todo ese cariño. ¡Ya estaba harta de todo! Harta de ese falso cariño que le predicaban, de esa molesta amabilidad injustificada. Solo deseaba que todo terminara.
SabĂa que esto no ocurrirĂa. Pues estaba maldita. Condenada a pasar el resto de su vida teniendo que soportar esas falsas muestras de cariño. Todos decĂan amarla y quererla, pero la cruel realidad era que nadie la conocĂa. De pequeña estaba contenta y hasta feliz, pero en algĂşn punto de su infancia, ese cálido sentimiento se habĂa perdido. Nadie la veĂa como era realmente. Nadie hablaba con ella como si fuera una mujer normal. En su interior, la desesperaciĂłn crecĂa y sabĂa que no podĂa hacer nada.
“¿Por quĂ© tuve que pedir ese tonto deseo?” se dijo dentro de su mente. Ahora debĂa pagar con las consecuencias.
Caminaba pasando a la gente, ignorándolos, asĂ como ellos ignoraban los sentimientos de ella. SĂłlo en breves ocasiones les dedicaba una sutil mirada llena de una falsa alegrĂa. A las personas que la recibĂan, creĂan que Ă©se era el mejor dĂa de sus vidas. Pero entonces algo ocurriĂł, algo que sacudiĂł el desolado corazĂłn de la joven.
Entre la muchedumbre, la joven logro distinguir un par de grandes ojos azules, estos eran frĂos como el hielo y estaban pegados a una mirada afilada como un cuchillo. ÂżQuĂ© era ese extraño sentimiento que comenzaba a brotar de la joven? ObservĂł a las demás personas, todos continuaban con sus bobaliconas miradas y sus ridĂculas sonrisas llenas de una aparente felicidad. Ninguna persona, salvo por Ă©l, la miraba con ojos frĂos y distantes. Cuando regresĂł la vista al lugar donde estaba esa persona; habĂa desaparecido.
“¿Habrá sido mi imaginación?” pensó y continúo su camino.
Claro que debiĂł haber sido cosa de su mente, nadie, ni siquiera el más misántropo de los individuos, podĂa resistir los misteriosos encantos de Jessenia. Regreso al palacio real tras una larga caminata para despejar su mente.
El dĂa le dio paso a la noche. Las doncellas le preparaban la cama a la chica mientras Ă©sta contemplaba desde el palco de su habitaciĂłn la intensa luz de la luna. Recordando aquel suceso ocurrido hace ocho años, bajĂł la vista. Las luces de las viviendas se veĂan diminutas y adorables, y más allá, tierras desconocidas.
Las doncellas se retiraron de sus aposentos despuĂ©s de informarle que la cama estaba lista. La joven continĂşo contemplando la lejana luna que orbitaba en el firmamento, finalmente le diĂł la espalda y se internĂł en su habitaciĂłn. Se recostĂł en la amplia y suave cama, pero antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por el sueño, el recuerdo de esa mirada frĂa y afilada apareciĂł en su mente.
Jessenia comienza a dormir preguntándose si en verdad habĂa sido su imaginaciĂłn.
En esos momentos aĂşn no sabia nada, sĂłlo era una joven ignorante de los sucesos que estaban a punto de llevarse acabo. HabĂa alguien que observaba desde algĂşn lugar a Jessenia dormir en su habitaciĂłn.
—El momento se acerca—dijo una voz áspera—, no podemos darnos el lujo de imprevistos. — ¿Imprevistos?—mencionó una segunda voz. —El segador está en el reino, puedo sentir su poder. Está cerca—continuó esa misma voz áspera. — ¿Qué haremos? —Adelantar nuestros planes. Reúne a las tropas, no permitan que el intruso interfiera, encuéntrenlo y mátenlo. Yo me dirigiré al altar, en pocas horas la luna habrá alcanzado su punto máximo. Organiza un grupo y vigilen a la chiquilla, la muy tonta continúa durmiendo.
En ese momento, fuera del castillo, la misma persona que caminaba por el solitario sendero se encontraba de pie sobre la rama de un árbol, observando el alcázar mientras el viento agitaba sus viejas prendas.