Fandom: The Legend of Zelda Breath of the Wild
El sonido de los sollozos de la princesa de Hyrule hacía eco en los pilares de blanco cristal que conformaban la Fuente de la Sabiduría. La nieve caía, blanca y silenciosa, mientras las heladas aguas fluían por pequeñas cascadas a los extremos. Zelda, frente a la escultura de la diosa Hylia, se encontraba con un aspecto sombrío y de clara derrota; tenía los ojos hinchados por el llanto, los labios amoratados y la piel más blanca de lo normal por las largas horas que llevaba sumergida, orando. Era evidente que la comida contra el frío había perdido su efecto hacía un tiempo.
El rápido chapoteo provocado por el andar de Link sobre las aguas frías hizo que la princesa levantara la vista. El hylian alzó por el brazo a la princesa y, tras ponerla en pie, procedió a cargarla en brazos para salir juntos de la fontana. La joven rubia dejó escapar un grito atónito y un leve color rojizo apareció en sus entumecidas mejillas.
—Link, espera —se apresuró a pronunciar tras recuperarse de su asombro—. ¿Qué haces? Déjame. ¿Adónde me llevas?
El caballero no respondió, como era lo usual en él. Abrazó con fuerza a la princesa en un intento por protegerla del viento invernal que empezó a correr con más intensidad. Los blancos copos de nieve, que antes había descendido tranquilamente, ahora se presentaban en todas direcciones con una frecuencia superior.
—Bájame ahora mismo —ordenó la princesa—. Debo seguir orando si no… si no… —se rodeó a sí misma con ambos brazos, temblando más por enojo que por frío.
—Así no —replicó el joven espadachín—. Así no es como lo va a conseguir, no a este precio que planea pagar.
Las botas mojadas de Link se hundieron en la nieve, que gradualmente iba creciendo. Zelda ya no protestó más, el verlo también con los labios violáceos y la cara pálida, el toque gélido de sus manos sobre su también congelada piel, la hizo pensar que realmente se había excedido al exponerlos a tal situación. Bajaron por la nevada escalinata hasta el claro más próximo donde, anteriormente, habían levantado un improvisado refugio entre las rocas de la montaña. Link puso en pie a la princesa y procedió a cubrirla con la manta que había reservado exclusivamente para ella antes de emprender la subida. Arrimó unas cuantas maderas y, con ayuda del pedernal que siempre guardaba en su alforja, encendió una improvisada fogata. La princesa se sentó en silencio, intentando calentarse.
—Yo sé —dijo de pronto el hylian, de pie y con los ojos clavados en las llamas—. Yo, entiendo cómo es que se siente.
La mirada de la princesa, al escuchar inicialmente aquellas palabras, fue de molestia, pero el ver el rostro preocupado de su caballero asignado la hizo desistir de ejercer réplica alguna hacia aquella declaración.
—Realmente, créame, lo sé —continuó Link tímidamente—. Sé cómo puede ser frustrante el no poder controlar estas cosas por más que uno quiera —dijo mientras apretaba los puños con fuerza—. En un principio, cuando todos los ojos estaban sobre mí, temí no poder cumplir con sus expectativas. Era sólo un niño, mientras más destreza yo demostrara, eran más las peticiones que se me daban. Los entrenamientos, casi día y noche; el régimen que uno debe cumplir al alimentarse, los enfrentamientos con adversarios cada vez más poderosos. Y, cuando escuche por primera vez esa voz, la voz —se pausó por un breve instante—. No puedo mentirle, por un instante quise dejarlo, negarme a este destino, a lo que significa enfrentar a Ganon.
A Link le tembló la voz levemente antes de detenerse a sí mismo. El nudo que se le hizo en el estómago le provocó suspirar quedamente. Zelda continuó abrazada a su manta, con la vista clavada en el fuego; había estado escuchando cada palabra tan atentamente que el crepitar de las maderas al consumirse la hizo respirar nuevamente. La ligera nevada había quedado atrás y ahora se manifestaba sobre ellos como una profusa nevasca que bamboleaba su humilde albergue.
—El camino es largo hasta el pie del Monte Lanayru —exclamó Link, de repente, con una voz más avivada—. Ya no tenemos más ingredientes para preparar la comida para resistir el frío —se dejó caer junto a la princesa sin mirarla—. Cuando haya amanecido, iré a buscar más chiles abrasadores y volveremos. Yo la protegeré siempre, sin lugar a duda. Confíe en eso.
Zelda no supo si el rubor en las mejillas de Link era debido al calor del fuego, al frío extremo o producto de su esfuerzo por animarla, pero le pareció agradable ver ese tímido semblante.
—Lo he intentado todo, ¿sabes? He orado sin ceder a las aguas de las fuentes, he agotado mis fuerzas emocionales, mis ideas, mi paciencia y aún así todos piensan que soy inmadura, irresponsable e incapaz, que soy un fraude —dijo Zelda al acurrucarse junto al espadachín—. Link, estoy tan asustada.
Aquellos ojos azules se le llenaron de unas lágrimas que rápidamente secó con la orilla de la manta.
—Y es válido —dijo Link con un tono más firme al que había estado usando—. Usted y yo sabemos que la vida de toda esta tierra, aunque estén los guardianes, las bestias sagradas y sus pilotos apoyándonos, es nuestra responsabilidad, suya y mía, de nadie más. Sin embargo, sé que la diosa Hylia no nos abandonará, que no la abandonará.
—¿De verdad lo crees?
—Lo creo realmente porque así es como ya lo he escuchado —pronunció Link, con un esbozo de sonrisa al ver el rostro de la princesa.
Zelda desvió la vista hacia la espada que sella la oscuridad, la cual colgaba de la espalda del héroe elegido. Suspiró y cubrió parte de la espalda de Link con la manta.
—Finalmente volteas a verme sinceramente, ¿eh? —dijo casi para sí misma.
Link arqueó las cejas con cierta confusión, al no escuchar por completo las palabras que la joven había pronunciado.
—No sé qué nos depara este futuro y si realmente el poder de la diosa despertará en mí, pero voy a creer en lo que me estás diciendo, Link, y cuando amanezca, lo haremos de nuevo, juntos —la princesa elevó la vista hasta encontrarse con los ojos azules que le acompañaban—. Tú y yo, todos los campeones, venceremos a Ganon —levantó el puño frente a ella.
—Incluso, si despertara su poder, princesa, yo jamás voy a soltarla —sin pensarlo, Link tomó entre las suyas el tembloroso puño de la princesa de Hyrule.
—¿Sabes? —la joven soberana jugó con la mano de su caballero asignado—, tú siempre puedes llamarme Zelda —sonrió.
A la mañana siguiente, Link recolectó y preparó su receta contra el frío. Ambos bajaron del Monte Lanayru y se encontraron con los cuatro campeones restantes. Tras dar la triste noticia del nulo avance de la princesa, ella recibió agradables muestras de apoyo. La tierra de Hyrule se sacudió hasta sus confines y la inesperada nube negra que personificaba a Ganon finalmente se levantó sobre el castillo. Los cuatro campeones marcharon hacia sus bestias sagradas, conociendo su fatídico destino, mientras Link, como había prometido, haciendo uso de su penúltimo aliento, protegió a la princesa Zelda sin soltar su mano.