En una ocasión me llegaron a preguntar en un trabajo escolar «¿Cómo crees que te ven las demás personas?» y, ¿sabes qué?, no fue difícil responder. Cuando creces aparentando lo que los demás esperan, es fácil saber lo que piensan de ti: la hija buena, perfecta, que se porta bien, que no le da problemas a su mamá, que cuida a su hermano, que tiene los primeros lugares y que siempre tiene en puerta proyectos y oportunidades. La que no rompe ni un plato. Vaya sorpresa se llevarían si supieran que he roto la vajilla entera.
Estaba cansada. Siempre escuchaba decir a las amigas de mi mamá «Pero lo bueno es que tu niña se porta bien, no como la mía» o «Ella es muy lista, es muy tranquila». Babosadas. Sabía cómo comportarme para no tener problemas porque es un mero fastidio tener que discutir con alguien. Me creían una niña seria, tranquila, que defendía a su madre y obedecía a sus padres, que era un ejemplo a seguir.
Cuando me dejaron, esa pregunta fue fácil responder: «Una buena hija». Ésa es la respuesta. Y creo que la maestra se dio cuenta de mis sentimientos encontrados, ya que fui una de las pocas personas a las que no les preguntó por qué escribió eso. No sé si fue por pena o por la tristeza y comprensión que pude ver en sus ojos, pero ella entendió todo lo que quise decir con tan solo esas tres palabras. En ocasiones las almas se conectan por tan poca cosa.
Aparentar algo que no eres te daña en campos tan grandes que no pasan en un instante, van creciendo poco a poco y, cuando te caen encima, son la peor de las mentiras. Cuando eso pasa, ya no sabes a quién decepcionaste, si a ellos o a ti. Encontrar la verdad después de eso te lleva a dos caminos: volver a como eras antes o seguir adelante y demostrar tu fuerza y tu verdadero valor, demostrando más de lo que ellos pudieron ver en ti.
A veces sólo quería estar lejos de esa gente, me sentía presionada, y mucha de esa gente era mi familia.