Como jóvenes nos ilusiona la vida, los desafíos, los retos, lo nuevo. A mí me daba miedo. Sentía que estaba mal si hacía algo divertido. Sentía que estaba traicionando a mi familia, ya que ellos sufrían y yo, inconsciente, tenía la audacia de olvidarme, aunque sea por un rato, de todo lo malo que yo sentía y que me pasaba.
En ocasiones, esos momentos de diversión, puedo decirlo, se pasaban un poco de los límites. Me llegué a meter en problemas, lo reconozco. En esos momentos no pensaba mucho en lo que me podría pasar, en lo que mi mamá pudiera pensar o en los problemas en los que me metería. Era después de realizarlo cuando me ponía a pensar en todo aquello.
Y, créanme, con los regaños lloraba, pero no para evitar el regaño si no porque era el único momento en el cual tenía una excusa para llorar sin tener que dar explicaciones de cómo me sentía por todo lo que había pasado.
Sentía que yo no tenía permitido divertirme porque estaba mal. En unas ocasiones llegué a mentir sobre dónde estaba. Tuve suerte de salir bien. Estaba consciente de que hacía mal y de que, si me descubrían, la confianza que tenían en mí se iba a perder, por eso trataba de ser lo más cautelosa posible y evitar errores.
Pueden decirme que soy mala hija y que merezco lo que me han dicho, y puede que tengan razón, pero, oye, ¿quién no ha tenido sus momentos de rebeldía?
Nadie está exento de cometer estos actos, pues brotan en impulsos de la juventud, ya después salen a relucir las consecuencias. Por lo menos yo estaba consciente de aceptarlas tal y como venían sin chistar, porque, créanlo o no, me llegaron a descubrir, y en ningún momento repelé ni me quejé de las consecuencias de mis actos. Creo que eso fue lo que me separó un poco del resto de mis compañeros, yo no le repelaba a mi madre cuando me regañaba si yo llegaba a hacer algo mal, al contrario, aceptaba el regaño con todo lo que viniera. Pero había ocasiones en las que yo sabía que no había hecho mal; como cuando me peleaba en la secundaria o cuando me castigaban por insultar a alguien; en esos casos siempre lo hice por defender a alguien que no pudo hacerlo en su momento. Entonces sí daba pelea y refutaba sus ideas, aunque la que terminara llorando fuera yo.