«Anteponer el interés propio al ajeno». Ésa es una de las formas en que se define el egoísmo. Creo que hasta cierto punto lo soy, por querer que nunca me hubiese pasado lo que me pasó, para no sufrir. Evitar sufrir es algo que me hubiese gustado, pero lástima que la vida no es así. Te enseña de la forma más cruel, dolorosa y triste.
«Que mis padres siguieran juntos, que fuéramos felices, que mi relación con mi mamá fuese diferente, desear que mi vida fuera otra». Si eso es ser egoísta entonces lo soy. ¿Pero qué persona en el mundo no lo es?
A veces siento que el pensar en mi bien y mi felicidad está mal. Que no debería hacerlo, que si veo por mí antes que los demás le estoy fallando a alguien. He trabajado mucho para cambiar ese pensamiento, porque en ocasiones es bueno ser egoísta cuando las cosas nos hacen daño. Hay que ver por nosotros mismos o si no quedamos envueltos en un montón de problemas ajenos a los propios, y no debería ser así.
Admiro a las personas que han antepuesto su salud física y emocional ante cualquier adversidad.
Mi madre fue egoísta porque vio por la felicidad y el bienestar de sus hijos antes que el bienestar de su pareja y mucho antes de su propio bienestar. Me hubiese gustado que fuera diferente, que viera por ella, que se amara, porque si una madre o padre están bien tanto física como mentalmente, los hijos también podrán estar bien.
Ser egoísta no es malo si no dañas a nadie, es ahí donde el significado de la palabra cambia.
