Desperté con la ilusión de que Manuela regresaría a casa, volvería a ver las hermosas rosas que descendían en nuestras noches frías en silencios profundos que acompañan nuestra helada casa. Sus medias rosas y chocolates de fresas seguirían endulzando las pálidas sillas que arrullaban sus libros en otoños; otoños que traen el canto de las alondras, que no olvidan las caricias de sus manos en días inciertos, esos días en que Manuela juró que me amaba más que las estrellas del cielo que la arrullan en las madrugadas.
Amándola en sueños, sigue mi vida que se niega a aceptar que se ha ido a jugar con el arcoíris que arrulla sus cabellos, recordando sus besos que endulzan mis labios en las mañanas de enero.
