Ana partió los últimos días de febrero a Dublín con la ilusión de encontrar a Gerardo. Él había prometido que regresaría tan pronto su especialización en Economía culminara y los sueños de una vida juntos germinaran: los hijos, la casa con nardos y los dulces jueves fríos serían el arrullo de sus días. Nada era cierto; al recorrer las estaciones del tren de Dublín, Ana comprendió que Gerardo hizo una vida con Eloísa, su colega.
El diario homenajeaba su labor con la economía de Irlanda y la hermosa familia que tenían. Entre lágrimas, Ana regresó a casa, y, con ellas, la ilusión de volver a empezar en senderos de soles e inviernos que pinta la vida.