En las mañanas frías, los recuerdos de nuestra historia recorren la triste habitación. Las margaritas marchitas pintan el adiós. Tantas horas en la ventana evocan nuestros cuerpos cansados del placer.
Junto a la chimenea caliente como el sol, sentada en el sillón con sus pechos desnudos, Natalia, blanca como las nubes, contempló los preservativos que utilizamos en la noche y la mañana; pero como símbolos de desunión. La idea de una vida juntos nunca le atormentó el corazón. La cama se hallaba deshecha y se veían los suelos llenos de libros y discos, fragmentos de vida.
Un tipo tan parco como yo solía hablar poco y pensar mucho. Había pasado los mejores días de hotel al lado de Natalia, pero su vida continuaría en óperas, y la mía, en la Carrera Séptima entre lienzos que alegraban el alma.