Recordé que nuestra historia nunca se escribió entre rosas y dÃas de sol. Silvia y yo nos conocimos en el bar que solÃa frecuentar los viernes cuando salÃa de mi trabajo. Descubrà que detestaba los dÃas de invierno, la comida chatarra y la música rabalera porque le recordaban los golpes de su padrastro.
No deseaba que tuviéramos una relación estable; lo que presenció en su casa era suficiente para creer que nuestra relación se reducÃa a conversaciones del mundo, relaciones sexuales y aguardientes, momentos que me alegraban, pero alejaban la posibilidad de un nosotros. Cuando le confesé que la amaba, su frente se ciñó y permaneció largo rato en silencio, prometiendo que hablarÃamos después del tema.
Han pasado seis meses y no regresó al bar. Sigo recorriendo sus pasos entre las orquÃdeas que tanto amaba, y sus fotografÃas se aniquilan entre mis lágrimas del ayer.