Han pasado cinco años, los lamentos y llantos siguen en casa. Lucio no dejó ir los recuerdos que unieron nuestro cielo a la primavera que se llevó la muerte de nuestra pequeña Zoé. Entre las silenciosas mañanas, mi amado esposo iría al centro psiquiátrico, así quizás regresaría su sonrisa a mi congelado corazón; corazón que vive de delirios buscando el sol de nuestros cantos de amor, que no se ha ido todavía en los inviernos fríos.