Abri茅ndose paso entre los crecidos arbustos y animalejos rastreros, Tzilacatzin se adentraba junto a sus amigos de la infancia, Tzoyectzin y Temoctzin, en lo m谩s rec贸ndito de la selva. Explorar los adentros de la espesura selv谩tica era una aventura m谩s para ellos, pero quien m谩s disfrutaba hacerlo era Tzilacatzin, ya que all铆 demostraba la gran fuerza de su brazo derecho al derribar ciertas aves y animales que se les atravesaban en su camino. Esto lo hac铆a gracias a una honda que, cada que recordaba su origen, lo transportaba a aquel momento.
Sucedi贸 mientras realizaba una exploraci贸n en la selva, cuando, despu茅s de transcurridas un par de horas, le dio hambre y comi贸 una planta sin saber que conten铆a sustancias t贸xicas, 茅sta le hizo perder el conocimiento. Al momento de recobrarlo, se encontr贸 a su lado a una joven desconocida, quien le hab铆a suministrado una poci贸n que en cuesti贸n de segundos hab铆a logrado despertarlo. Ella, adem谩s, presagi贸 el futuro de su vida, dici茅ndole que se convertir铆a en un gran guerrero, y le dio un arma, su honda, la que, en vez de correas, ten铆a trenzas hiladas de tendones de venado reforzadas con oro, y cuyo recept谩culo pod铆a expandirse dependiendo del tama帽o del objeto a expulsar.
鈥擳zilacatzin, Tzilacatzin, mira, aquel mono se est谩 burlando de ti. Demuestra tu punter铆a. 鈥擫e se帽al贸 Temoctzin. Entonces tom贸 su honda y, al mismo tiempo que se preparaba para expulsar la piedra, lo interrumpi贸 el ruido de una muchedumbre que cada vez m谩s se aproximaba hacia ellos. Los tres amigos, lejos de esconderse, se enfilaron e hicieron frente al ej茅rcito de indios que r谩pidamente los rodearon. Al acercarse, el capit谩n del ej茅rcito los reconoci贸 y los invit贸 a unirse a pelear en contra de los espa帽oles. En ese momento, Tzilacatzin record贸 a aquella joven que le anunci贸 que, llegada su juventud, se convertir铆a en un gran guerrero.
Inmediatamente 茅l y sus dos amigos se unieron, y marcharon rumbo al palacio del gran Motecuhzomatzin, donde se encontraban los espa帽oles y sus aliados tlaxcaltecas. Al llegar al sitio, centenares de indios comenzaron a combatir. Por momentos el cielo se oscurec铆a debido a las miles de flechas que eran lanzadas de diferentes lugares y que, al caer, perforaban numerosas carnes ind铆genas. Mientras tanto, el joven guerrero, con una mirada enfurecida, derribaba a una docena de indios cada que utilizaba el arma, manej谩ndola con magnanimidad y ferocidad, imponiendo as铆 temor con su presencia.
Al pasar las horas de duro combate, Tzilacatzin se acerc贸 al palacio del monarca ind铆gena y a su paso encontr贸 a sus dos amigos: uno cubierto de flechas y sin vida, el otro, a pesar de sus m煤ltiples heridas, a煤n respirando, le dijo:
鈥擳zilacatzin, venga nuestra sangre, derrota a los enemigos.
En ese momento, al presenciar el aliento de la muerte de su amigo, comenz贸 a utilizar su honda con una velocidad y punter铆a que bastaba un solo proyectil para derribar a varios tlaxcaltecas y espa帽oles. Pose铆do por la furia y la venganza, perdi贸 la noci贸n del tiempo, pero sobre todo desconoci贸 qui茅nes eran los enemigos al comenzar a derribar a todo el que se le pon铆a enfrente. Con una mano sujetaba su escudo que lo proteg铆a de las flechas, mientras que con la otra sosten铆a esa arma que lo hac铆a tan poderoso.
Por instantes dej贸 de escuchar el griter铆o y record贸 aquellos momentos en los cuales creci贸 en medio de aquella vegetaci贸n exuberante junto a sus dos mejores amigos, Tzoyectzin y Temoctzin, con quienes comparti贸 numerosas aventuras.
Recordar esos episodios lo hizo cerrar los ojos y encorvarse, para despu茅s lanzar ese proyectil cargado de ira, de venganza, que se desvi贸 hacia lo alto del palacio. Arroj贸 con tanta fuerza, que la honda se le escap贸 de su mano. Al instante, una daga le atraves贸 el pecho. Al levantar la mirada observ贸 que alguien ca铆a de lo alto del palacio. Tzilacatzin supo que hab铆a demostrado ser un guerrero innato al derrotar a un principal. Una sonrisa se dibuj贸 en su rostro y, al mismo tiempo, un hilillo de sangre sali贸 de su boca.