SÍ SOY UN SER HUMANO.
Sí soy un ser humano.
Sí soy un ser humano.
Como a nadie en la cárcel dejaban rayar las paredes, la joven Elsa había escogido hacerse sus dictados diarios directa y únicamente en la cabeza, en retahíla insistente.
No recordaba cuándo había comenzado. Tal vez en el momento en que prefirió escuchar la voz de la razón, en lugar de dejarse guiar por sus instintos.
Sí soy un ser humano.
Sí soy un ser humano.
Sí soy un ser humano.
¡Qué irónico que hubiera sucedido de aquella manera!
Fueron sus maestros de educación inicial quienes la instruyeron en la diferencia entre las personas y los animales, diferencia en la cual, tal vez, ella era la excepción a la regla (aquello de que “la excepción es la comprobación de una regla” se lo habría escuchado a algún otro maestro, durante sus clases de dicción, ¡y ella que no se lo había creído!); porque sólo hasta después de haber asesinado a sus padres adoptivos con sus propias manos —qué importaba el por qué— supo que era un Ser Humano.
“Sí soy un ser humano”, “sí soy un ser humano”, “sí soy un ser humano”… En la soledad de su celda, la retahíla de la indócil chimpancé de laboratorio era insistente y dolorosa.