En el silencio se acuesta, en su cama de ladrillos, sollozando por la vida que nunca tendrá. Se pregunta qué hizo mal y, la verdad, él no hizo nada. La vida que tiene es la única vida que tendrá.
Él no tenÃa más que hacer lo que pudiera para mejorarla y seguir viviendo, pero el mundo lo detenÃa. AbrÃan sus puertas solo para cerrarlas cuando estaba cerca del puente de la ciudad.
—Siempre tarde— escuchaba una y otra vez, en diferentes personalidades, caras, cuerpos. No tiene de otra.
En la obscuridad maldice y se desespera. Lleva demasiadas noches esperando a que regresen, pero qué más da. Sabe que lo visitan en sus sueños y pesadillas. Siempre ahà para recordarle el mal que hizo a sus niñas hermosas que siempre extraña, a las que dejo solas para regresar y encontrarlas congeladas en el frÃo de la noche sin cobijas ni nada que cubriera sus hermosos cuerpos, puros como la nieve sobre de ellos.
—Las amo— vuelve a decir por última vez, dejando su cuerpo caer en el concreto debajo del puente en el que vive.
Se cayó con toda la intención posible de morir y asà fue. Triste que no terminó de leer la carta del trabajo al que habÃa aplicado…
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