blurred-Calmada ira | The Peace of Wrath
Calmada ira | The Peace of Wrath
3 min. 1

Calmada ira | The Peace of Wrath

Fandom: Fullmetal Alchemist: Brotherhood

Las órdenes de Padre eran simples, el destino estaba escrito y yo estaba en él: me convertiría en Führer en tan solo una cantidad de años. Yo me convertiría en el generalísimo de Amestris, esta pobre tierra de humanos charlatanes que caen sumamente contentos en nuestros planes con la falsa ilusión de que podrán volverse inmortales y así cumplir todos sus sueños blasfemos sobre la tierra. Qué gran falta de respeto, qué irritante. Lamentablemente, necesitamos de los mismos humanos para llevarlos a su final.

Fue de una naturaleza extraña lo que viví aquel día, de eso puedo estar seguro. Tras una exitosa resistencia en el sur del país contra las fuerzas de Aerugo, me dirigía junto a mis hombres a Ciudad Central para realizar el papeleo correspondiente. Realmente no me importaba si mis hombres morían o no, si perecían era simplemente porque eran débiles; sin embargo, era algo que no me podía permitir.

Me encontraba disperso y, a medio protocolo postretorno, la señorita que me atendía comentó algo ajeno a él.

—¿Se encuentra bien, señor? —me preguntó asustada.

Me quedé pensante, extrañado.

—Sólo es cansancio, parte del trabajo —le contesté. Era raro, sentía una extraña sensación en mi cuerpo, era algo que nunca había sentido antes—. ¿Es usted nueva? Jamás la había visto en Central.

—Debe ser duro —dijo, viendo de una manera disimulada mi parche—. La verdad, los respeto mucho por su esfuerzo —dijo, ahora bajando la mirada—. En efecto, soy nueva, y espero que esta manera de ayudarlos sea suficiente —exclamó nerviosa.

Su sola presencia me enternecía. Era una fuente de calor, y no podía hacer más que dejarme ser irradiado por ella. No lo podía explicar.

—Es nuestro deber proteger el país, por el bien de personas como usted, señorita —dije espontáneamente mientras sostenía su mano izquierda, libre de cualquier joyería, la cual era un deleite para mi sentido del tacto: tersa, suave y en gran medida delicada, cual ornato de vidrio.

—Señor, ¿pero qué está haciendo? —dijo preocupada.

—Dígame Bradley —dije, seguro de mí mismo, acercando mi mirada a su blanco rostro.

Podía ver su rostro sonrojado, sentir su respiración y su mano temblante, ambas cálidas. Sin embargo, para la joven esto no fue tan estimulantemente positivo como lo fue para mí, por lo cual me abofeteó sin más.

—Aléjese de mí, pervertido —gritó alterada; grito que, para mi suerte, fue sofocado por los muros de Central. Me separé de ella, me mantuve en silencio y, al pasar de unos pocos minutos, volvió a hablar—. Tome sus papeles —ordenó—, y… —hizo una gran pausa, durante la cual yo no podía hacer más que deslumbrarme a la distancia—…váyase—terminó, un poco nerviosa mientras jugaba con su brillante pelo.

Ante tal ofensa pensé en asesinarla al instante, sin embargo, la entendí, ella únicamente se había defendido. Al tener su mano junto a la mía pude sentir lo frágil que era, pero de cierta manera me hacía sentir fuerte.

—Muchas gracias —dije acercándome a ella, apreciando claramente cómo aquella blanca piel se encontraba sonrojada—. Si me disculpa —tomé mis papeles y me dirigí a la salida.

Toda mi vida había sido planificada, ordenada y preparada para que yo únicamente ejecutara ordenes; sin embargo, esto que estaba pasando y sintiendo jamás lo estuvo.

—Por lo visto, es difícil ser un soldado —dijo afligida.

—Imagínese ser la esposa de uno —complementé al salir de la oficina.

Así conocí a la mujer con la que me casé pocos años después. La única decisión que tomé en mi vida.

El tiempo pasó. El dolor había llegado a mí, irrumpiendo sin freno, y, con pleno albedrío, desquebrajaba todo lo que había sido estipulado; en total sintonía con las fibras de mis músculos, caía derrotado. Respiraba, ensangrentado. Me levanté, era lo único que mi rabia me dejaba hacer. Con nula disimulación, mi rostro era evidencia de mi esfuerzo inhumano. Inhalando fuertemente, me negaba a dar excusas. Si me hago llamar hombre, sea lo que sea, lo aceptaré luchando. Exhalando, lo entendía: ganar o perder, alguien perecería. Mis espadas eran una extensión más de mí, las cuales, con el paso del tiempo, al igual que yo, no hacían más que temblar y oxidarse con mi sangre.

La lucha continuó; asimilando, lo comprendí. Estaba derrotado, pensé. Vaya ironía había vivido. Yo, aquel que repudiaba las creencias humanas, no hacía más que pensar, cargado y cansado: ¿iré con Él?, ¿podré descansar? Yo, aquel que renunció a su humanidad, a veces me consideraba débil. Yo, aquel que nunca tuvo sueños o infancia, pude vivir un milagro. ¿Decirle adiós a mi amada? Con tantos años amándola, lo que menos necesitaba era el escuchar lástimas fúnebres de mi parte, eso es lo que significa ser la esposa de un rey.

Aquel que era la reencarnación de la ira, hoy moría con una sonrisa. Respirando, consideré: “Que mi última palabra no sea más que un último suspiro”.

Suspiré.

2 de mayo de 2020 Alexis GĂłmez Fanfiction NĂşmero 10 Drama

La hamburguesa
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La espera incierta