Un amplio cielo azul se abrĂa frente a ellos. El resplandor del sol en su cenit calentaba poco, como en un efĂmero mediodĂa de invierno. Los rodeaba el más extenso y estĂ©ril llano que jamás habĂan visto. El rumor uniforme del viento seco arreaba las nubes lentamente por el firmamento, en un patrĂłn uniforme, asĂ©ptico y tal vez demasiado simĂ©trico.
—¿QuĂ© rollo?— balbuceĂł por fin R, el primero recuperar su conciencia, todavĂa tambaleante— Âżestás bien, compa?
—Hmm… no hables tan fuerte, siento que me revienta la cabeza. ¡Apaga la luz! —contestĂł V, visiblemente molesto, todavĂa sin poder erguirse exitosamente.
—No te preocupes, no es la primera vez que me pasa… ¿tienes idea de dónde estamos en esta ocasión?
—No me mires a mĂ. Lo Ăşltimo que recuerdo es entrar al aula de Ciencias vacĂa. Por primera vez habĂa llegado temprano a clases. ÂżPuedes creerlo? ¡Va! —espitĂł V con desprecio mientras arrojaba a lo lejos una piedra rĂgida en forma de dodecaedro, cuyo impacto al caer despertĂł a un tercer sujeto que yacĂa en el suelo cerca de ellos.
—¡Auch! Deja dormir, ¿quieres? Tengo examen en una hora — protestó el tercer sujeto, denominado T.
—¿TĂş no eres el matadito de la clase de Ciencias? — cuestionĂł V, como si hubiera resuelto algĂşn enigma dentro de su cabeza— Bueno, no recuerdo bien tu nombre pero seguro sabrás dĂłnde estamos y cĂłmo salir de aquĂ, Âżno?
—Lo último que recuerdo fue que tomé una pequeña siesta en el salón de Ciencias, ya sabes, porque hoy es el examen. Estoy tan perdido como ustedes dos y eso ya es decir bastante.
—¡Yo tambiĂ©n lo recuerdo! —concluyĂł R— EntrĂ© al salĂłn de Ciencias despuĂ©s de la hora del receso y lo encontrĂ© vacĂo. Raro, Âżno? QuerĂa saber por quĂ© no escuchaba el ruido de los alumnos que tomaban la clase a esa hora.
Los tres sujetos, R, V y T, eran estudiantes normales, varones y cursaban el quinto semestre en la Universidad. Promediaban los 20 años de edad al momento de los hechos. Su estatura promedio era de 185 centĂmetros y su peso de 72 kilogramos. Su estado de salud fĂsica era estable.
DespuĂ©s de intercambiar fragmentos cortos de informaciĂłn, los tres llegaron a la conclusiĂłn operativa de que, por el momento, no podrĂan explicar lo sucedido y convenĂa, mejor, utilizar su tiempo explorando su nuevo entorno, tratando de encontrar sentido a su contexto espacial actual.
T sugiriĂł esperar unos minutos para que el sol se desplazara del medio del cielo para encontrar el norte, pero ni bien pasaron unos instantes V ya se encontraba dirigiendo al grupo hacia una direcciĂłn aleatoria, mientras R recolectaba pequeños musgos grises que crecĂan debajo de las rocas icosaĂ©dricas que poblaban el lugar, sospechando que más adelante podrĂan descubrir si eran comestibles.
Sin nada que protestar, los tres siguieron a la deriva por este nuevo mundo en el que habĂan despertado. Continuaron su recorrido por un largo periodo de tiempo, pero no tardaron mucho en notar que el paisaje frente a ellos cambiaba poco o nada. El cielo azul seguĂa donde mismo, las nubes caminaban sosegadas sobre de ellos “como siguiendo un algoritmo simple generado en una computadora” dijo T para sĂ mismo.
—¡Ya no puedo más! —explotó V— Saldremos de aquà aunque haya que cavar hasta el otro lado.
De su bolsillo trasero, V produjo una navaja de hoja ancha con la cual apuñalĂł el suelo blanco, utilizando todo su peso. T intentĂł persuadirlo de que desistiera, pero al ver que el hueco que excavaba en el suelo arenoso como talco producĂa una ligera condensaciĂłn, decidiĂł no desaprovechar la oportunidad de conseguir la muy necesitada hidrataciĂłn.
Al poco tiempo, habĂan mejorado sus esperanzas de supervivencia drásticamente. HabĂan extraĂdo una cantidad considerable de lĂquido del suelo, el cual bebieron con avidez utilizando unas piedras huecas de forma casi perfectamente esfĂ©ricas que R recolectĂł durante su larga caminata. El sabor del lĂquido era “amargo”, segĂşn V, mientras que para R resultaba “casi dulce” y a T le parecĂa “completamente insĂpido”. En cuanto al alimento, decidieron unánimemente no probar el musgo que crecĂa debajo de las piedras, al menos por el momento.
—Hay que armar un campamento —propuso T ni bien habĂan descansado de su labor—. No podemos descansar ahora, tenemos que encontrar la forma de hacer fuego y esperar la noche. Hará mucho frĂo, tal vez hasta cinco grados bajo cero.
—Tienes razón —dijo R — no podemos tomar riesgos en este lugar tan… tan pulcro.
—Ustedes trabajen si quieren —exclamó V, sentado en cuclillas, hurgando la cerilla de su oreja con el dedo meñique—. Yo ya me di una buena friega y merezco un descanso. Tengo tanta hambre que ya hasta se me antojó ese musgo que vas cargando. Trae un poco para acá.
—Esto es serio, necesitamos armar un fuego ya mismo. Préstame tu navaja.
—¡Epa! Esta navaja te la tienes que ganar. Además, ¿qué frio? Cada vez me está dando más calor. Parece que el sol está más fuerte que nunca.
—Es verdad—dijo R mientras tocaba el piso de tiza con la palma de su mano—, pero el calor no viene de arriba exactamente. Mira, mis suelas de goma se están poniendo suaves.
El calor de la superficie le provocó a R una ligera quemadura, por lo que retiró la mano rápidamente.
—¿Qué estás esperando? Dame un poco de ese musgo, mi panza juzgará si es comestible o no.
En un descuido, el musgo se deslizó de los bolsillos de R hacia el suelo, mudando su estructura originalmente suave y cristalina a una más viscosa y esponjada. La masa pegajosa se extendió en segundos por todo alrededor, en un área circular perfecta, con centro en el punto medio entre los tres sujetos, quienes observaban el fenómeno algo confundidos.
—Se está alimentando de la humedad del suelo —dijo T después de una observación detallada—. Es una fuente de alimento, el primer eslabón de la cadena. Eso significa que…
El firmamento se oscureciĂł en el instante en que una gran masa se interpuso entre ellos y la fuente de luz. Los tres sujetos se miraban unos a los otros, como preguntándose quiĂ©n se atreverĂa a mirar arriba y enfrentarĂa la nueva amenaza que se cernĂa sobre ellos: una colosal bolsa de cuero blanco semiesfĂ©rica, con cuatro pares de tubos carnosos, perfectamente lisos y simĂ©tricos, y una larga y bella probĂłscide negra y reluciente como los cristales de carbono.
La bestia, cuya masa era precisamente treinta por ciento mayor al promedio de la masa de los tres sujetos, descendiĂł desde lo alto con gran tino, cerniĂ©ndose contra R con todo su poder, identificando al eslabĂłn más dĂ©bil de la pobre cadena. T y V, cada quien por su lado, se agazaparon buscando un lugar seguro donde poder recobrar el control y organizar su contraataque. La pericia fĂsica de R le salvĂł de la primera embestida, pero la segunda y la tercera, ocurridas justamente cinco y diez segundo despuĂ©s de la primera, respectivamente, terminaron con Ă©l en el suelo, con una costilla y brazos rotos, y su sangre limpia cubriendo el suelo en patrones de ochos y eses de manera alternada.
—Chale… ÂżVoy a morir… en este lugar… solo?—pensĂł tan pronto vio a la bestia ovalada correr hacia Ă©l en lĂnea recta.
En ese instante, T surgiĂł de entre el talco que levantaba la bestia en su carrera; traĂa consigo exactamente diez piedras octaĂ©dricas, duras y filosas como navajas de obsidiana, las cuales arrojĂł con bien calculada violencia hacia los ojos de la bestia para cegarla.
—¡Es el momento! —gritó a V, haciéndole una señal para que atacara al enemigo.
V, por su parte, optĂł por un ataque cuerpo a cuerpo sin prestar atenciĂłn a la estrategia del otro sujeto. Acercándose peligrosamente hacia la bestia, arriesgĂł una tajada con su navaja que, de no haber sido interrumpida por una piedra arrojada tajante como kunai sobre su muñeca, habrĂa sido letal para el contrincante.
No hubo tiempo de rencillas ni de reclamos. R yacĂa en el suelo, completamente inconsciente, mientras sus intestinos eran succionados por la larga probĂłscide del eficiente animal, sin desperdiciar ni una gota de sangre. T y V no tuvieron mayor problema para acabar con la bestia distraĂda, la cual les sirviĂł como alimento por mucho tiempo. Más adelante, tras una observaciĂłn detallada del cadáver, T explicarĂa que el animal era taxonĂłmicamente similar a un ácaro terrestre. Fue entonces cuando lo supieron: ya no estaban en su mundo.
AsĂ acaba el reporte de la primera sesiĂłn de observaciĂłn de los sujetos de prueba R, T y V, de los cuales por el momento sobreviven sĂłlo dos. Como áreas de oportunidad destaco el procurar un contexto espacial más exacto al que experimentan los sujetos en su estado nativo, especialmente en cuanto a la apariencia y locomociĂłn de las nubes, para lograr un aspecto más precisamente natural. En cuanto a mi hipĂłtesis de que estas formas de vida diminutas presentan una mente racional, capaz de pensamiento lĂłgico-matemático similar al nuestro, mis indicadores todavĂa no arrojan un resultado contundente. El experimento debe continuar.