blurred-“Y, en fin, llámele, a Ifigenia, Juana González…”
“Y, en fin, llámele, a Ifigenia, Juana González…”
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“Y, en fin, llámele, a Ifigenia, Juana González…”

¡ay de las posibilidades del hombre!

JORGE LUIS BORGES


No porque pueda existir una biblioteca que agote todas las combinaciones posibles de signos ortográficos, vamos a suponer que hemos de verla algún día. ¡Vaya sueño! Y no porque el hombre, poseedor de esa cosa maravillosa que llamamos lenguaje, pueda usarlo para crear todo lo que aún no está creado, hemos de esperar a que llegue el valiente atrevido que lo consiga. Utópico es creer que lo posible es probable. Pero para algo están las utopías, se vale soñar.

La idea no es nueva, se la tenía ya en la Edad Antigua cuando, en Grecia, Safo cantaba al amor y Píndaro al honor. La idea, de hecho, es tan ampliamente difundida que es probable que alguien en esta mesa la trate también en su ensayo y ambos terminemos leyendo lo mismo a los mismos presentes y en el mismo lapso de sesenta minutos. O quizá no, quizá soy la única que cree poder hacer algo “personal y brillante” con ella.

La idea: los libros son de quien los trabaja –gracias Marx–: antes de salir al mundo, del escritor; después, de los lectores. El libro es el vínculo que une a escritor y lector, el instrumento que define el rol que cada uno ha de cumplir: quizá el escritor se acerque a su libro con propósito contemplativo, sea éste ahora un lector; quizá el lector converse con el libro leído y se convierta en poseedor –y escritor, ¡fortuna sea!– de una idea nueva formada a partir de la lectura. Los papeles no son inamovibles, no están prefijados por ninguna rigurosidad que dicta quién será uno y quién otro. Un buen lector es tan apreciable como un buen escritor y ambos se corresponden, creo yo, pues un buen lector siempre será un creador.

Ya decía yo un momento atrás: ¿de quién es el libro? Mientras está escribiéndose, cuando todavía es idea en formación –como suceder ficticio que se está acoplando a la expresión estética–, el libro es del escritor. Pero luego de que sea arrojado al mundo y tenga que valerse por sí mismo, el libro sólo será hasta que se encuentre con un lector que lo abra y le deje mostrarle un mundo nuevo: el libro ya es del lector. Y es aquí donde percibimos cómo la lectura desemboca en la escritura, pues ese mundo nuevo, insinuado primero por el escritor, sólo será construido a partir del trabajo que el lector haga con el material encontrado en el libro.

Dice Octavio Paz en uno de sus más reconocidos poemas: “el mundo cambia / si dos se miran y se reconocen”. Así, cuando un libro reconoce a su lector o un lector reconoce a su libro y viene la lectura, viene también ese mundo prometido, creado, escrito en esa suerte de rito que entre lector y libro se produce. La literatura, como el amor, es de dos.

Leer, se nos ha dicho, es como vernos en un espejo, y no porque el autor de determinado texto haya establecido que éste copiaría la realidad. No es durante la lectura que nos vemos como realmente somos, es sólo hasta que cerramos el libro y regresamos a nosotros cuando entendemos que hay algo dentro nuestro que, en efecto, podría ser. Si queremos de verdad encontrarnos en el libro hay que dejar al libro ser, hay que dejar que la ficción nos hable tal cual nos habla, tal cual propuso el autor, sin estarnos con pretensiones del tipo “yo también estoy en ese papel” o “esa es mi historia”, que siempre terminan deformando el texto.

La lectura debe ser lectura, el reconocimiento va después, y después, si se quiere, la escritura. Sobre el libro o, incluso, sobre el libro. Tal vez algo como Por el color del trigo de Toño Malpica, Ifigenia cruel de Alfonso Reyes o como el Quijote de Pierre Menard.

Dice Borges en uno de los cuentos de su libro Ficciones:

Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo –por consiguiente, menos interesante– que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote a través de las experiencias de Pierre Menard. (39)

Según esto, acercarnos a un libro desde nosotros mismos es más difícil que acercarnos sintiéndonos como el autor. También, que aquello que el autor de un libro puso en la obra vale para él y no necesariamente para todos. Lo expresa Reyes en uno de sus ensayos:

No sé si el Quijote que yo veo y percibo es exactamente igual al tuyo, ni si uno y otro ajustan del todo dentro del Quijote que sentía, expresaba y comunicaba Cervantes. De aquí que cada ente literario esté condenado a una vida eterna, siempre nueva y siempre naciente, mientras viva la humanidad. (85)

Y luego, otra cita de Borges sobre esto mismo:

Pensar, analizar, inventar […] no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor lo que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será. (52)

Las ideas –los libros– estarán condenadas a una vida eterna en tanto haya hombres que sean capaces de tenerlas y leerlas, aceptarlas o rechazarlas, de inventarlas, analizarlas y pensarlas. “Mientras exista una palabra hermosa, habrá poesía” (Reyes) y “¡Ay de las posibilidades del hombre!” (Borges). Una vez establecidos los papeles, volvamos a la idea del ensayo: la utópica socialización de la literatura.

Si el libro es de quien lo escribe y quien lo lee, entonces la idea contenida en éste es de quien la piensa, pues mientras está ahí disponible cualquiera que la tome podrá trabajarla. ¿Por qué, si no, los cuentos, poemas, novelas y obras de teatro no llevan consigo una bibliografía? ¿Cita Lorca en sus poemas cuáles fueron los libros que lo formaron y que son el fondo de su preparación? ¿Dice García Márquez en su novela Cien años de soledad a qué autores debe su estilo de realismo mágico? No, porque no cuestionamos su originalidad, la creación detrás del texto. Y tampoco lo hacemos cuando el tema es el mismo. Ni a Paz ni a Nabokov acusamos. Cuando Goethe empieza un Fausto no le criticamos que el tema no sea suyo, porque aun cuando los personajes no sean propios ni hayan salido en la totalidad de su mano, están siendo tratados de una nueva manera por él; ¿no es esto lo que los trágicos griegos hacían en sus obras? Los personajes eran de todos, cualquiera podía venir y tomarlos para hacer una nueva Medea u otra Electra. Hoy ya nadie puede ser original en el tema tratado, siempre estarán ahí las Fedras, las Ifigenias, las Antígonas, los Edipos, recordándonos nuestra eterna condición humana.

Es cierto que muchas veces los escritores ponen de manifiesto los títulos indispensables de su biblioteca; por ejemplo, aunque en sus ensayos Borges no cita bibliografía como hicieran otros ensayistas, siempre hace notar cómo para él es más importante la página leída que la escrita. Lo mismo con otros escritores que dejan translucir cuáles son sus influencias.Y es que es imposible no desear que otros lean aquello que nos impresiona y conmueve de tal manera. Tanto importa nuestra lectura como lo que hacemos con ella.

Dice Alfonso Reyes en el “Comentario a la Ifigenia cruel”:

Tenemos derecho –una vez que por cualquier camino alcanzamos la posesión de un módulo– para manejarlo a nuestra guisa. ¿Y qué otra cosa han hecho los trágicos de todos los tiempos, sino volver a contar a su modo una historia conocida en lo general? Lamento tener que referir una triste anécdota. Cierto amigo, no ayuno de letras, me dijo cuando leyó la Ifigenia: “Muy bien, pero es lástima que el tema sea ajeno.” “En primer lugar —le contesté—, lo mismo pudo usted decir a Esquilo, a Sófocles, a Eurípides, a Goethe, a Racine, etc. Además, el tema, con mi interpretación, ya es mío. Y, en fin, llámele, a Ifigenia, Juana González, y ya estará satisfecho su engañoso anhelo de originalidad”.

La idea es de quien la piensa, de quien la toma, la forma y le añade cuantas ridiculeces se le ocurren, de quien la ve y la imagina segura, brillante y personal. La idea de este ensayo es mía, haya o no aquí otro ensayo parecido. Acaso sí y podamos apelar a esa especie de socialización del arte, decir que ambos pretendíamos ser Esquilo o Cervantes. Acaso no… y de todos modos no soy Borges.

Bibliografía

Borges, Jorge Luis. “Pierre Menard, autor del Quijote” en Ficciones. México: RandomHouseMondadori, 2011.

Reyes, Alfonso. “Apolo o de la literatura” en Obras completas, XIV. México: Fondo de Cultura Económica, 1962.

____________. “Comentario a la Ifigenia cruel” en Obras completas, X. México: Fondo de Cultura Económica, 1959.

28 de octubre de 2013 Ana Luna No Ficción Número 1 Cultura Opinión Histórico

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