De niño solía tener miedo de la oscuridad, porque temía que algún monstruo saliera de ella y me comiera. Ahora, de adulto, me doy cuenta que el monstruo que acecha en la oscuridad soy yo mismo y temo que algún día me mate.
Lenny J. Cuadra
Richard se encontraba dormido en su cama en el apartamento 3 del segundo piso del edificio Michigan. Se encontraba bastante inquieto, había sentido bastante calor durante la larga noche y sentía que no había dormido gran cosa. Algunos haces de luz atravesaban el cuarto de lado a lado a través de la ventana. Richard ya se estaba haciendo a la idea de que en cualquier momento sonaría su despertador anunciado las seis de la mañana.
«Otro día más de trabajo, que fastidio», pensó para sus adentros. Pero algo más cruzaba por su mente inquieta, algo siniestro. De repente, tuvo la idea de que algo lo observaba al otro lado de la habitación, algo que había abierto la ventana de par en par sin que él se diera cuenta y que en cualquier momento se le vendría encima. Era una idea de niños, nada de qué alarmarse.
«Si abro los ojos, ahí no habrá nada», pensó. Abrió los ojos lentamente. Se sentía bastante cansado, como si le hubieran dado una paliza tremenda, de esas que te mandan al hospital y no te enteras de qué pasó hasta tres días después. Se enderezó sobre la cama y observó a su alrededor, percatándose que aquellas ideas que invadían su mente tomaban forma enfrente de él. Era algo tenebroso, horrible, indescriptible para la mente humana y, sin embargo, extrañamente familiar. En ese momento, el monstruo avanzó un paso, dos pasos, tres pasos. Tomó vuelo y se arrojó sobre él, provocándole un enorme dolor en el pecho que ahogó el grito de terror y dolor de Richard.
Lo despertó la alarma de su reloj, marcando las seis de la mañana como ya lo había previsto. Para Richard, la pesadilla se había sentido real, demasiado real. Aún se encontraba sudando frío y, extrañamente, seguía sintiendo la opresión en su pecho.
«Tal vez dormí en mala posición. Eso es todo», se imaginó tratando de encontrar la explicación más lógica en su cabeza. Tenía que apurarse para tomar el autobús que lo llevaría a la Constructora Sánchez, donde trabaja desde hace tres años. Tomó una ducha caliente. La ligera caída de agua de la regadera se llevó poco a poco esos pensamientos de pesadilla y se sintió mucho mejor. Se alistó con su uniforme de trabajo y su maleta inseparable. Bajó las escaleras de su edificio y se dirigió a la parada de autobús ubicada tres cuadras más allá.
Mientras esperaba el autobús, seguía pensando sobre aquella pesadilla, tratando de darle forma a ese ser siniestro que lo observaba. ¿Por qué había algo familiar en él? Se había sentido como si hubiera visto a un familiar que no ves desde hace tiempo, o incluso a su propio padre.
«Qué locura», concluyó alejando esos pensamientos y concentrándose en lo que sería la jornada laboral. Sabía que se encontraba atrasado con algunos reportes de las nuevas calles de la Avenida Rupert y que el señor Sánchez lo recriminaría por ello. «Gordo bastardo», era como le decían sus compañeros cuando no se encontraba cerca. Sin duda dejaba huella en sus trabajadores, y no de las que te dan aumentos al final del mes, sino todo lo contrario. ¿Qué se podía esperar de alguien que hereda una empresa de la noche a la mañana, que toda su vida le han brindado todas las facilidades en bandeja de plata? Lógico que te vuelves un engreído, un gordo bastardo.
Richard soltó una risilla burlona imaginándose la cara de su jefe al recibir semejante insulto. Esto lo sacó de sus pensamientos y observó al otro lado de la acera. Por lo general, las calles a esa hora se encontraban vacías, pero claramente observó a un hombre bien vestido que parecía dirigirse a una función de ópera.
«Debe de estar muriéndose de calor con ese esmoquin. Vaya tonto», pensó Richard queriendo reír nuevamente ante su ingenio, sin embargo, se quedó callado. Algo en ese hombre lo hacía sentir mal, como quien mete sus narices en las cloacas de la ciudad. Algo olía muy mal, como a azufre. De repente, sintió muchas ganas de vomitar. Afortunadamente, pudo contenerse, ya que el autobús llegaba.
Rápidamente se subió al autobús, pasó su tarjeta de cliente frecuente y se sentó del lado izquierdo. Aún podía ver al hombre del otro lado de la acera y, por un momento, tuvo la sensación de que él también lo hacía. Parecía un espejismo, como cuando te pierdes en el desierto por varios días y empiezas a ver cosas. Un espejismo, un reflejo. Esa palabra le hizo sentir mucho miedo ¿Cómo podía ser un reflejo? Es sólo un hombre más, un loco más suelto por la ciudad. El autobús avanzó, dejando al hombre misterioso atrás.
La jornada laboral pasó bastante tranquila. Como se había imaginado, el señor Sánchez citó a Richard alrededor de las cinco de la tarde para revisar los informes sobre las calles de la Avenida Rupert. Afortunadamente, Richard terminó su trabajo pendiente y pudo presentar unos resultados convincentes, al menos para no escuchar las rabietas de su jefe.
—Puede retirarse —fue lo único que le dijo el señor Sánchez, pero fue suficiente.
No era momento de ponerse a discutir banalidades. Richard siguió trabajando sus últimas dos horas de trabajo y se dirigió puntual al reloj checador que finalizaría el día laboral. Alcanzó a observar que la mayoría de sus compañeros ya se habían retirado, sólo quedaban unos cuantos que seguían haciendo papeleo.
«Otro día más de trabajo, qué fastidio», pensó Richard, y eso le hizo recordar su sueño. Había pronunciado esas palabras en su mente antes de abrir los ojos y ver a ese ser horripilante.
Nuevamente, empezó a sentir nauseas, y estaba seguro de que esta vez no podría contenerlas. Corrió a los aseos que se encontraban del otro lado de la constructora lo más rápido que pudo. Abrió las puertas y se precipitó al primer escusado que se encontraba del lado derecho. Arqueo durante algunos minutos que parecieron horas, pero sólo arrojaba agua.
«¿Qué me está pasando?», pensó mientras se limpiaba la boca con el poco papel higiénico que logró encontrar.
Se dirigió al lavabo y abrió la llave del agua para echarse un poco en la cara, imaginaba que así se sentiría mejor. Se echó el agua en la cara con los ojos cerrados y se levantó para verse al espejo. Abrió los ojos lentamente y soltó un grito. Justo enfrente de él se encontraba el hombre misterioso, con su traje negro, pulcro y brillante. Al observar su cara, pudo darse cuenta de la horripilante realidad. Entendió por qué había sentido la sensación de conocer a ese hombre. No era otro más que él mismo, su otro yo que se encontraba a través del espejo, que en este momento representaba la puerta a otra dimensión, una dimensión oscura y siniestra donde la luz no había brillado desde hacía mucho tiempo.
Richard observó a los ojos a ese ente de ultratumba y vio el origen de sus más terribles pesadillas, esa oscuridad demoniaca que lo engullía lentamente. Entonces sintió el dolor en el pecho que esta vez no era un sueño, era la garra de la criatura que se hundía en él hasta llegar al corazón. Por un momento, pudo observar cómo el monstruo absorbía su sangre, su respiración, su vida.
Un impulso de adrenalina logró que se zafara de aquel hechizo y salió corriendo hacia las rejas por donde podría salir de la constructora para alejarse de su pesadilla viviente que reclamaba su vida. Abrió las rejas de un golpe y corrió a través de la calle sin dirección aparente. Ni siquiera pudo observar el autobús que llegaba a la parada que tomaba todos los días. Sólo quería llegar a su casa, cerrar puertas y ventanas, y dormir hasta despertar en otra vida, una sin demonios que te chupan la sangre por las noches.