6 min.

Doppelgänger

Día 5

Los monstruos son reales. Viven dentro de nosotros peleándose nuestra existencia, y a veces ganan.

Stephen King


Valeria [1]

Valeria se encontraba en su humilde apartamento de la calle Lutherling, arreglándose frente al espejo, como lo hacía todas las mañanas antes de dirigirse a su trabajo. Sacaba su lápiz labial de un color rojo intenso mientras movía sus labios para empezar a aplicarlo. Un poco de sombra en los ojos, un retoque de las pestañas. Nada fuera de lo común para ella, una chica bella y trabajadora. Aún recordaba lo que le había costado graduarse de la Universidad de Bravo allá en su pueblo natal. Había decidido estudiar estadística, viéndose en un futuro trabajando en un banco importante, una empresa transnacional o incluso, ¿por qué no?, en Wall Street. La carrera no fue fácil, le había dado un poco de problemas en los últimos semestres, pero sabía que era todo o nada. Incluso llegó a pedirle dinero a sus padres, sabiendo que esa deuda algún día tendría que ser pagada algún día.

Cuando llegó por primera vez a la gran ciudad, la cruda realidad le dio un gran bofetón en la cara. Las oportunidades escaseaban y, si iba con suerte de encontrarlas, tardaban meses en darle una respuesta. Ya se había hecho a la idea de que tendría que regresar a su pueblo y ver la cara de sus padres. Seguramente eso esperaban, que ella fracasara y que regresara como un perro, con la cola entre las patas. Ella estaba decidida a no darles el gusto, pero todo se veía complicado. —Una gran oportunidad llegará algún día —pensó.

Afortunadamente, la oportunidad llegó, aunque no en la forma que ella esperaba. Conoció a un chico que se dedicaba a la industria de la moda y que frecuentaba a un neurólogo respetado en la ciudad.

—El doctor me ayuda a mantenerme cuerdo en este mundo de locos —le explicó el chico.

Kevin era su nombre, un chico elegante, guapo y carismático, gran candidato para supervisar los desfiles de moda y dar su visto bueno a las modelos despampanantes que por ahí circulaban. Valeria no pensaba que ella tuviera oportunidad, pero por asares del destino, empezó a salir con él. Dentro de esa figura inalcanzable, se encontraba un hombre considerado, amable y caballeroso. Contrario a lo que ella se imaginaba, a Kevin le gustaba salir a lugares sumamente comunes y corrientes. Una salida al cine, al parque o incluso a la fuente de sodas cercana era suficiente excusa para quedar de verse. Tal vez él la veía como una salida de ese mundo de fantasía en el cual trabajaba, algo que lo mantuviera con los pies en la tierra, y ella se sentía sumamente afortunada.

El fruto de la relación fue su presentación con el doctor Lenin, con el cual trabajaba como su secretaría desde hace dos meses, coincidiendo con el principio de su relación formal con Kevin. Obviamente no era su trabajo soñado, pero algo es mejor que nada. Además, dada la posición de su novio, algún día ella podría fugarse con él y dejar para siempre ese cuchitril donde se encontraba ahora. Algún día.

Le echó una mirada a su reloj que marcaba las 11:00 a.m. Ya se le estaba haciendo tarde así que apresuró el paso. Se puso sus medias entalladas color carne con su minifalda negra, sacó su blusa blanca recién planchada, su chaleco que hacía juego con su falda y sus zapatos de tacón alto. Se dio un último vistazo en el espejo.

«Estas echa toda una leona y te vas a comer el mundo», se dijo a sí misma. Esa inyección de confianza era la que la separaba de todas las demás. Una mujer realmente empoderada. Tomó su bolso y se dirigió al consultorio del doctor Lenin.

Llegó relativamente rápido. El doctor llegaba alrededor de las 12:00 p.m. y ella había llegado 20 minutos antes al despacho del octavo piso del Edificio de Especialidades Médicas. El consultorio consistía en dos áreas: el área de recepción y la sala de consultas, ambas con dos grandes ventanales por donde podía verse gran parte de la ciudad. Valeria pensaba que todo el consultorio podría hacerse pasar por un departamento lujoso, no muy grande, pero lo suficiente para sentirse en la alta sociedad. Lo mismo no podía decirse de los pacientes recurrentes del doctor, la mayoría eran personas mayores que ya se encontraban a un paso de la senilidad, si no es que ya se encontraban en ella. Valeria no entendía mucho sobre ello, pero lo suficiente para saber que no le convenia entablar mucha conversación con ellos.

«El doctor es el experto, que él se haga cargo. Yo soy sólo la secretaria», reflexionó para sus adentros. Además, cabía la posibilidad de encontrarse con un loco de verdad, esos psicópatas que te persiguen después de que sales de tu trabajo e intentan meterte mano en un callejón oscuro, o algo mucho peor.

Mientras se encontraba hundida en sus pensamientos, acomodaba su escritorio donde recibía a los pacientes. Por el momento, no había muchas citas. La primera, programada después de la una de la tarde con la señora Gómez, a quien ya se le olvidaba si se había casado o había tenido hijos. Después, llegaría el señor Foreman, quien padecía de espasmos repentinos por la noche, algo que el doctor había relacionado con la falta de sueño, nada fuera de lo común en esta ciudad que nunca duerme.

Estaba terminando de ordenar los expedientes cuando un hombre se precipitó dentro del despacho. Se encontraba sumamente pálido y jalaba bocanadas de aire, como si acabara de correr una maratón. Valeria notó que su barba estaba sumamente tupida, incluso desaliñada. Parecía no haberse bañado desde hace varios días y su olor así lo confirmaba. Valeria intentó no hacer una mueca de asco y mantuvo la compostura.

—Buenos días ¿puedo ayudarle? —dijo sin desviar la mirada de ese hombre misterioso.

—Necesito ver al doctor. Es un asunto sumamente urgente —dijo el hombre con una desesperación que se palpaba en el ambiente.

Valeria sabía que tendría que lidiar con él, al menos hasta que llegara el doctor.

—El doctor aún no ha llegado, pero no debe de tardar. Si gusta esperarlo un momento.

—Necesito verlo ahora mismo. Algo me está persiguiendo y me estoy volviendo loco —gritó desesperado aquel hombre que parecía desvanecerse entre cada palabra.

Valeria seguía percibiendo aquel olor insoportable, pero no le quedaba de otra. Ahora debía de hacer de enfermera.

—Cálmese por favor. Siéntese y le traigo un vaso con agua para que esté más tranquilo.

—Usted no lo entiende, esa cosa esta allá afuera —siguió balbuceando el hombre con una certeza que cortaba el aire.

Valeria intentó cambiar el tema para intentar tranquilizar a aquel sujeto.

—¿Cuál es su nombre?

—Me llamo Richard.

—Está bien, Richard. Yo te creo y no voy a permitir que nada te pase. Mientras tanto, podemos esperar al doctor que…

Su frase se vio interrumpida por la llegada del doctor Lenin, que afortunadamente llegó unos minutos antes de las 12:00. Valeria sintió un alivio al no tener que seguir lidiando con el loco de Richard.

—Buenos días, Valeria, ¿qué pasa aquí?

—Buenos días, doctor. Este es el señor Richard, no tiene cita programada, pero desea verlo. Es un tema bastante urgente —explicó Valeria al doctor.

—No se preocupe señorita, ya yo me encargo —dijo el doctor quitándole un tremendo peso de encima a Valeria.

La cita tardó varios minutos. Los chillidos del tal Richard se escuchaban hasta fuera del consultorio. Por lo que logró hilar Valeria, desde hace cinco días el señor Richard veía a un hombre que lo perseguía, un hombre que, según su descripción, se trataba de él mismo. Richard sentía que poco a poco se acercaba más y que le estaba chupando la sangre por las noches. Una historia digna de cualquier fanático de los vampiros.

Conforme avanzaba la conversación, Richard iba bajando el tono de voz. «Seguramente alguno de los sermones clásicos del doctor», se imaginó Valeria. «Todo está en tu cabeza», «no te va a pasar nada», «todo estará bien», seguido de una prescripción de medicamentos sumamente caros. Era el pan de cada día del doctor Lenin.

Al salir del consultorio, Richard ya se encontraba mucho más sereno. El doctor se dirigió a Valeria para indicarle la cantidad a cobrar, dado que se trataba de una consulta urgente.

—Son 55 dólares —le indicó Valeria al señor Richard.

Él sacó la cantidad de su bolsillo y se la entregó torpemente en la mano a la chica.

«Seguramente el doctor ya le debe haber dado medicamento», pensó Valeria al ver la conducta errática de aquel sujeto, pero en ese momento se percató que Richard la miraba fijamente. Esa mirada era parecida a cuando un niño ve algo que lo asusta, algo que no debería de estar ahí y que carece de toda lógica.

Valeria empezó a sentirse incómoda, hasta que se dio cuenta que Richard no la miraba a ella, veía a través de ella, a lo que se encontraba a sus espaldas, que era uno de los ventanales del despacho. Richard siguió mirando por algunos segundos y, como roedor que ha sido descubierto, se dirigió rápidamente hacia la salida.

«Sin duda es un hombre perturbado», concluyó Valeria preparándose para el resto del día. Sin embargo, su curiosidad la obligó a voltear hacia el ventanal. Para su sorpresa, pudo observarse a sí misma, como quien mira en un espejo. La luz que entraba por el vidrio había creado una especie de reflejo.

«¿Por qué le tendría miedo a un reflejo?», pensó Valeria. A pesar de que le parecía una idea tonta, no pudo evitar que un sudor frío recorriera su espalda.

30 de octubre de 2024 Gerald Ashford Cuento Horror

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