Estaba seguro de haberlo visto al asomarse a la ventana: un pequeño zorro solitario rondando por la noche. Sus ojos habÃan destellado al recibir la luz de las llamas de la vela que aún iluminaba su cuarto. Y el misterio era que no habÃa huido, al menos no al verle, no de inmediato.
Al dÃa siguiente, asistió puntual a la reunión que siempre se hacÃa el último dÃa del mes en la plaza, acompañando a su madre. El año próximo ya tendrÃa edad para asistir a la reunión de los hombres. Lo ansiaba. Pero no despreciaba estar alrededor de la fogata con todas las mujeres del pueblo, escuchando las historias de terror que se contaban. Casi todas tenÃan historias que contar: las más, las inventaban, por supuesto; pero otras, en cambio, aseguraban decir la verdad. La historia de esa noche: la de demonios horribles que se aparecÃan por los pueblos, raptando jóvenes —siempre jóvenes— para comerlos, para tomar sus corazones en ofrenda y beber la sangre chorreante de sus cuerpos despedazados.
El joven no pudo dormir ninguno de los dÃas del siguiente mes. Todas las noches asomaba a su ventana por una fracción de segundo antes de arrancar hacia su cama y envolverse en las cobijas, lleno de miedo al adivinar la presencia de unos ojos que rielaban siempre vigilantes.
En la siguiente reunión, se animó a pedir más historias de esos demonios. SÃ, eran temibles, pero ¿eran fuertes?, ¿dónde vivÃan?, ¿habÃa muchos de ellos? SÃ, eran indudablemente fuertes.
—Ya has ido con tu padre al campo de entrenamiento, ¿no es as� —le preguntaron.
—SÃ, claro.
—Imagina al más corpulento de los hombres en ese campo, imagina al más fuerte, al más brutal, a aquel cuyos brazos son del tamaño de tu cuerpo completo. Pues bien, ese hombre no es más que un guiñapo al lado de estos demonios. Cuando andan, sus armaduras metálicas retruenan y el sonido es como el rugido de las bestias, que no presagia nada bueno. El filo de su espada es tan letal y sólo puede ser detenido por la espada de otro de esos seres al chocar con la suya, en batallas de otro calibre, de otro mundo.
Sus sueños de las siguientes noches estuvieron llenos de acción, de hermosos seres, ya no demoniacos sino divinos, vestidos en armaduras de oro y plata, luchando en tierras de ensueño bajo fuegos de todos los colores. Pero aún escapaba a él la causa por la que peleaban.
Finalmente, la vÃspera a la última reunión del año coincidió con la aparición en los sueños del joven de un pequeño niño alado, de facciones hermosas, ojos resplandecientes y una nariz un poco zorruna. Un ángel en toda la amplitud de la palabra. No coincidÃa con las descripciones.
—Son asquerosos —dijo la voz de una mujer al dÃa siguiente por la noche.
El joven estuvo tentado a decirle que no era cierto, que no lo eran. Temeroso, alzó la voz.
—Entonces, ¿alguna de ustedes los ha visto?
—¿Verlos? ¡Claro que no! Son la señal de la desgracia. No puedes ver uno sin que tu destino esté marcado por la tragedia. Si vieras a uno, créeme, tu familia no encontrarÃa ni los huesos que quedarÃan de ti luego de haberle servido de festÃn al monstruo. ¡Oh, pero ése no es ni por asomo el peor destino que podrÃas temer! PodrÃan escogerte como se escogen las gallinas ponedoras. SÃ, podrÃas salvarte de la muerte, pero ¿qué me dirÃas si te digo que estos demonios se aparean con humanos? No querrás ser el elegido.
Y la mujer se rio en una risa enloquecida, pagada de sà misma por haber logrado contar una historia tan horrenda y exitosa.
El joven ya no dijo nada, pero su corazón dio un revuelco. Se sonrojó mientras pensaba nuevamente en las palabras «no querrás ser el elegido». Mientras el tema de conversación cambiaba, se puso a pensar que le parecÃa muy bien que al año siguiente ya no tuviera que volver. Ya comenzaba a sentirse hastiado de historias.
Por la noche, volvió a buscar los ojos destellantes que ya tan bien conocÃa. Nunca más iba a volver a ver de la misma manera los ojos de los zorros.