A mi primo
Los dejaron salir temprano. Apenas era miĂ©rcoles, pero con sentir que casi casi podĂa tocar el viernes se ponĂa como loco, lo ansiaba como el oro al final del arcoĂris; aunque sabĂa que era un ciclo repetitivo, rápido como un abrir y cerrar de ojos, no se desanimaba.
De espalda al cerro, corriendo porque la calle lo exigĂa y el hambre lo apuraba, llegĂł a la parada del camiĂłn; una banca de metal sucio, sin un techito que diera algo de sombra, pero sĂ con un anuncio donde aparecĂa la Ninel Conde enfundada en un bikini rojo con rayas blancas, con los brazos alzados ante una amenaza invisible, y gritando: ¡Guardiaas, un surimi!, mientras que un hombre vestido como romano la miraba sin mirar con la cabeza agachada, parecĂa haber perdido ante la guerra más absurda.
Paco no podĂa dejar de pensar que ella era una pendeja, pero eso sĂ, una pendeja bien buenota.
Recargándose en el anuncio se dispuso a esperar su camiĂłn. Pinche camiĂłn, ojalá no tardara tanto, ya ni porque me salĂ corriendo antes que los otros gĂĽeyes. Le gustaba que la ruta llegara vacĂa, asĂ podĂa escoger el mejor asiento: aquel donde el sol no abrasa y la ventana abierta y el viento son algo más que sĂłlo eso. AsĂ sĂ me jeteo bien a gusto.
Dormir en la ruta es la Ăşnica esperanza de dos horas de tráfico y trayecto, y más aĂşn dormir sin el remordimiento de estar robándole a un anciano o a una embarazada el lugar. El que duerme al Ăşltimo pierde, tácita ley de esta selva ambulante, si no, se estará propenso a presenciar (o a formar parte) del concierto de gente que ahoga, pasito a pasito, cada centĂmetro del camiĂłn.
Incluso aunque el cuerpo le pesara de puro cansancio cedĂa su lugar, pensaba que lo miraban odiando sus piernas y brazos, más aptos para soportar los violentos arrancones y frenones del chofer…
En esas cosas reflexionaba cuando de la nada vio acercarse al GĂĽero alias David MartĂnez de la Rosa, primer lugar en la generaciĂłn 2007- 2010 de la secundaria pĂşblica Felipe Carrillo Puerto, hijo de padres divorciados, futura eminencia en QuĂmica y viejo amigo de Francisco Olvera Hernández, nuestro protagonista.
–¡QuĂ© onda GĂĽero, hace un chingo que no te veĂa, gĂĽey!
–¿¡Paco!?, ni de pedo, desde la secu que no te topo.
–Uuuh, años, Güero, ¿cómo has andado?
–Pos chido, güey, de hecho voy para la facu, estudio ahà en la Uni.
–Aah ÂżquĂ© estudias? PĂ©rate, ya sĂ©: ¡SeñorIngenieroQuĂmico!
–Ajajajaja, simĂłn, estoy en QuĂmicas.
–A huevo, ya sabĂamos todos, tanta pinche fĂłrmula no era pa´ nada, Âży sĂ está chido o nel?
Durante quince minutos David dio rienda suelta de su vida como estudiante; que la Facultad de Ciencias QuĂmicas y me la paso en el laboratorio, que la Facultad de Ciencias QuĂmicas y chale no hay tantas morras chidas, que la Facultad de Ciencias QuĂmicas y uno que otro profe es bien castrante, que la Facultad de Ciencias QuĂmicas y chance me voy de intercambio a Alemania porque eso cuenta chingos en el currĂculum.
Perpetuo rĂo de palabras y realidades ajenas que arrastraron hasta el fondo del diálogo a Paco. Una vez David le pasĂł las respuestas de la 4 y la 5, dos veces Paco salvĂł el partido, alguna vez jugaron a esconder mochilas. Muchas veces sus risas nacieron juntas.
Guiño de la realidad detenida por el recuerdo. AhĂ viene el Playa, gĂĽey, dijo David a Paco. El Primero levantĂł el brazo, tarjeta en mano y subiĂł. Beep, verde. El Segundo palpĂł sus bolsillos vacĂos, su cartera vacĂa, su mochila vacĂa, Ă©l todo vacĂo. Chingado, pensaba. Ă“rale, Paquito, Âżno me digas que se te olvidĂł tu credencial? 10 pesos, por gĂĽey.
Paco sin tarjeta, Paco sin suficiente feria, Paco sin ser David, que ya estaba sentado y le gritaba desde su asiento. Vete a la chingada, pendejo. Pero no volteĂł a verlo. Un salto y a la calle.
La estela de humo y tierra levantada por el Playa coloreaba el asfalto, coloreaba el recuerdo.