He despertado esta mañana con la ilusión de ver el cielo azul a través de mis ventanas pálidas. El sol no ha vuelto desde su partida y mis lágrimas no han cesado. Soy un niño perdido en el desierto de los recuerdos1. La escucho por toda nuestra casa, y su advertencia de que mi desorden la aburre. Le encantan nuestras guerras de almohadas y nuestras conversaciones interminables del mundo que nos unió. Soy un desordenado empedernido, pero nuestros hijos vendrán en la primavera si nuestras hormonas no se quedan jugando con las lunas de Júpiter.
Estos recuerdos carcomen mi cerebro, y se esfuma toda posibilidad de que vuelva, entre lirios y cantos, la vida mía.
- El viejo Gerardo suele consolar mi afligido corazón entre historias de su pueblo y esperanzas lejanas de que todo será mejor. Sé que lo hace de corazón, pero mi vida siempre es un caos.