30 de marzo de 2020, 6:30 de la tarde
A poco más de media hora de que la amenaza de L hacia Kira ha sido transmitida por la televisión mexicana, el mensaje inunda los medios internacionales y la Internet, junto con material filtrado por el SPK —usando varios seudónimos— sobre las causas y las formas en las cuales los gobiernos internacionales han instrumentalizado las muertes causadas por Kira y su Death Note para hacerlas pasar por una crisis sanitaria atribuida al virus COVID-19.
Mientras el mundo hierve debido a la noticia, Lucio Noche hace llamada tras llamada telefónica, activando sus células durmientes por todo el mundo: individuos controlados por el poder de la Death Note que llevarÃan a cabo las órdenes de Lucio cuando éste diera la señal. Si bien la Death Note puede controlar las acciones de los individuos solamente por 23 dÃas, Lucio utilizó el poder de los ojos del shinigami para actualizar continuamente la reserva de agentes bajo su control. Lucio dotó a cada uno de sus esclavos mentales con varias páginas arrancadas de la Death Note —que gracias a Ryuk nunca se agotaron— y les instruyó que, mediante un tiro de dados, eligieran entre sus familiares y conocidos a los desafortunados cuyos nombres escribirÃan en las hojas de la Death Note: ellos enviarÃan el nombre y la fotografÃa de sus conocidos a alguno de los servidores de Internet de Lucio Noche, padecerÃan por unos dÃas y después morirÃan. Los esclavos mentales pasarÃan sus hojas restantes a otro condenado para que éste hiciera lo mismo, repitiendo el viral ciclo una y otra vez hasta agotarse su dotación de decenas de páginas. De esta forma, Lucio habÃa esparcido muerte por toda China e, incidentalmente, algunas otras partes del mundo. Ahora le tocarÃa a Occidente conocer el poder de la Death Note.
—A veces hay que hacerles recordar que no hay medicina contra la muerte.
Lucio cuelga su teléfono y observa a través de su ventana el ocaso de la ciudad a la que pensó que jamás regresarÃa. Han pasado poco más de nueve meses desde aquella noche, en el punto más bajo de su vida, cuando recibió el regalo del dios de la muerte. «No puedo volver a caer si no figuro siquiera en la cima; primero habrÃan de derrocar a los gobiernos del mundo antes de que alguien me apuntara a mÃ, un simple empresario en la periferia del mundo» piensa Lucio y, sin embargo, desde lo alto de esa torre de oficinas el mundo de abajo se ve bastante lejano. En su mente no deja de molestarlo el hecho de que, aunque la amenaza de L fue evidentemente dirigida a su persona, en las filtraciones no se mencionan su nombre ni el de su empresa, como invitando a la audiencia a atar los cabos por su cuenta.
Entonces lo nota: una caravana de luces azules y rojas patinando por el pavimento a gran velocidad: se trata de patrullas de la Guardia Nacional. Asomándose tras el cerro, la luz de un helicóptero inunda la oficina de Lucio, dilatando su pupila.
—¿SabÃas que los shinigamis aman las manzanas, Lucio? —Se escucha una voz proveniente del megáfono del helicóptero. El shinigami Ryuk no se encuentra a la vista—: ¿Por qué no abandonas esa habitación con protección balÃstica y te entregas pacÃficamente? Ryuk está conmigo, disfrutando de unas deliciosas manzanas.
Lucio intenta alcanzar su teléfono móvil encima de su escritorio, pero es interrumpido por el crujir del vidrio antibalas de su oficina. Un segundo disparo logra atravesar la protección balÃstica, haciendo estallar en pedazos su teléfono y parte de su escritorio de madera. Lucio sostiene su mano derecha con fuerza, intentando parar el sangrado provocado por las astillas de madera disparadas, y rueda detrás de un voluminoso sillón. No deja de mirar su reloj de pulsera.
—El águila no caza moscas.
El vidrio balÃstico de la oficina retumba y estalla en mil pedazos debido a una ola expansiva. El helicóptero cae tras el impacto de un misil disparado desde tierra, desatando el caos. Un ejército de fanáticos armados rodea a la Guardia Nacional y abre fuego contra los soldados entrenados pobremente. Tras un corto combate, los elementos sobrevivientes de la Guardia Nacional se retiran y la turba armada lo aclama: «¡Kira, Kira!».
—Por fin pusiste a trabajar a esos humanos —dice Ryuk flotando hacia Lucio mientras saborea una manzana roja—, ya me estaba cansando de repartir hojas de cuaderno de aquà allá.
—¿Dónde estabas, tú? —dice Lucio a Ryuk, incorporándose y sacudiéndose el polvo de su traje—. ¿Te vendes tan fácil por un par de manzanas?
—Ese chico, L, ¿no se hacÃa llamar Near? Como sea, él no dejó de hacerme preguntas tramposas en vez de preguntarme cómo lo habÃa pasado desde la última vez que nos vimos. Inteligentemente, se quedó a una distancia segura del conflicto. Ahora ha de estar a kilómetros de aquÃ. ¿SabÃas que lograron interceptar algunas de las hojas de la Death Note? El rey shinigami debe estar furioso, ku, ku, ku.
—¿No ves que lo que querÃa era que me dijeras esto? —dice Lucio mientras se acerca al borde del hueco de piso a techo que dejó una de las ventanas de su oficina al romperse. Mira hacia abajo, admirando la masa de gente que clama por él—. No importa, dejaremos a L para después. Si tuviera las agallas de usar el poder de la Death Note contra mÃ, yo ya estarÃa muerto.
»¿Sabes, Ryuk? La mayorÃa de estas personas no son mis esclavos mentales, están aquà por una u otra razón.
»Sé testigo, shinigami Ryuk —Lucio da la espalda a la masa de fanáticos que lo observa once pisos abajo y coloca sus manos sobre sus hombros—, esta será la última vez que Kira caerá.