Era el verano de 2019, Guangzhou, China. Lucio Noche regresaba a su pequeño departamento de estudiante a las afueras de la ciudad, después de un dÃa caluroso entre el ajetreo de las masas amorfas de empleados, subempleados y desempleados —él se encontraba en estos últimos—, esforzándose en interminables tareas dÃa tras dÃa cual SÃsifo. El edificio destartalado cuyo sótano de servicio habitaba lucÃa casi acogedor a esas horas de la noche, al menos visto desde el callejón lateral que utilizaba disimuladamente como acceso.
HacÃa 4 años, Lucio llegaba a la ciudad con un grado de ingenierÃa biomédica bajo el brazo —mención honorÃfica— y una visa de estudiante que caducarÃa pocos meses después de terminados sus estudios de maestrÃa en farmacologÃa en la Universidad de Jinan. Hoy volvÃa de otra infructÃfera ronda de entrevistas de trabajo para los cuales estaba francamente sobrecalificado, pero simplemente no terminaba de convencer al empleador: «¿Y por qué no aplicar en México? Tenemos una subsidiaria allá» fue lo más cerca que estuvo de ser siquiera considerado para el puesto.
¿Cómo llegó a este punto? Si bien nadie le forzó directamente, un conflicto personal en su antiguo empleo —ese maldito GodÃnez— prácticamente lo orilló a renunciar a un trabajo bien remunerado en una farmacéutica trasnacional con oficinas en San Pedro, Nuevo León. ¿Acaso no fue también la desilusión amorosa lo que le empujó a huir lo más al Este que le fuera posible? Ni un océano completo pudo hacerle olvidar a Clara, cuyo ascenso imparable y futuro rebosante tan sólo contingentemente no incluirÃan una relación seria con Lucio, según sus propias palabras.
Una luz de neón tintineante iluminaba los escalones por los cuales descendÃa Lucio lentamente, mientras buscaba en su bolsillo trasero las llaves de su habitación. Un impulso eléctrico recorrió su espina. FrÃa al tacto, la solapa acartonada de una libreta se asomaba del bolsillo de su pantalón. Era una libreta que no reconocÃa y, sin embargo, habÃa teorizado y fantaseado con ella dÃas y noches enteras desde que el mundo recordó la existencia de estas herramientas del infierno hacÃa pocos meses atrás. Lucio Noche tenÃa la Death Note en sus manos y un shinigami a sus espaldas. No era miedo lo que sentÃa y, sin embargo, su corazón latÃa cada vez más rápido, quizás lo hacÃa por primera vez en su vida. Notó de reojo la alta figura del shinigami Ryuk detrás suyo y, sin voltear a verlo, tan sólo dijo:
—Hola, tú. ¿Estás listo?