Aquel que lucha con monstruos debe tener cuidado de no convertirse en uno. Cuando miras largo tiempo al abismo, éste también mira dentro de ti.
Fredrich Nietzche
Richard se encontraba muy inquieto de vuelta en su apartamento del edificio Michigan. La visita al neurólogo parecía haberle hecho bien la primera noche, pero ya para el segundo día la criatura había regresado. Richard pensó que incluso pudo haber resultado contraproducente. Estos días no se había presentado a trabajar y el señor Sánchez no tardaría en empezar a buscarlo. Además, al encontrarse indefenso bajo las influencias de los medicamentos recetados por el doctor Lenin, el ente oscuro pudo haber aprovechado para darse un festín con él sin siquiera percibirlo. Se encontraba débil y agotado, como si hubiera corrido una maratón de diez kilómetros sin parar. Vagamente, recordaba cómo el octavo día había decidido salir, no tanto porque se sintiera mejor, sino porque, al menos en el amplio espacio de los suburbios, no se sentía tan atrapado e indefenso ante esa cosa.
Recorrió varias cuadras, dirigiéndose hacia el centro de la ciudad. Había escuchado sobre una antigua biblioteca que aún se encontraba abierta al público para su consulta. De una extraña forma, percibía que ahí encontraría respuestas, respuestas hacia lo que lo acongojaba, hacia lo que lo perseguía, hacia el Mal. Al llegar a la glorieta central, pudo divisar el antiguo edificio, todavía en pie de puro milagro, con sus paredes agrietadas y sucias. El alcalde de la ciudad debió de haber pensado que, en lugar de demoler el edificio, sería más barato dejar que la naturaleza trabajara como sólo ella sabe y, tarde o temprano, ese edificio desaparecería sin dejar rastros.
Richard entró a la biblioteca con paso firme, pero no pudo divisar a nadie que pudiera asesorarlo. Ciertamente, el edificio se encontraba completamente abandonado y polvoriento, aunque la mayoría de los libros todavía podían ser consultados sin arriesgarse a que se deshicieran en las manos.
—¿Hay alguien? —dijo con una voz ronca y áspera, seguramente debida al cansancio y la falta de sueño.
Nadie respondió, pero Richard siguió avanzando. Por un momento, sintió que una fuerza externa lo estaba moviendo, guiándolo de alguna manera a lo que él necesitaba encontrar. Se adentró a la parte trasera de la biblioteca, donde el olor a madera podrida se percibía aún más fuerte. Dio vuelta por uno de sus pasillos estrechos, viendo como la luz del día iba desvaneciéndose con cada paso que daba. A pesar de todo, no tenía miedo. Sabía que debía encontrar respuestas antes de que fuera demasiado tarde. Al dar una segunda vuelta por los pasillos, divisó una vitrina grisácea debido a la cantidad de polvo que ya la había cubierto del todo. Dentro, tres libros perfectamente alineados que aún se conservaban intactos inexplicablemente. Uno de ellos llamó la atención de Richard, su título leía Leyendas de las Cruzadas. Extrañamente, no pudo encontrar el nombre del autor, al menos a simple vista. Richard sabía que ahí había algo importante, que debía hojear ese antiguo libro y encontrar aquello que buscaba, aquello que explicase lo que le estaba ocurriendo y, de ser posible, eliminarlo. Dio un golpe seco al cristal que se rompió en mil pedazos tras tantos años de haber cedido al tiempo mismo, agarró el libro y se dirigió a la parte central de la biblioteca donde había más luz.
Empezó a revisar los capítulos que contenía el manuscrito, leyendas de la antigua Roma, de la conquista de Constantinopla, del sagrado Jerusalén y de los hombres que ahí participaron. Nada que cualquier otro libro de historia no le podría haber enseñado. Empezaba a frustrarse, pensando que había sido una pérdida de tiempo haber ido hasta ahí mientras la criatura seguía observándolo como león a una gacela, lista para engullir sus colmillos en su cuello. Estaba a punto de rendirse en su ardua búsqueda cuando lo vio, como quien ve un rayo de luz resplandeciente en la oscuridad misma, la respuesta a todas sus preguntas: el título del fascículo decía Doppelgänger: la sombra que acecha. La palabra no significaba nada para Richard, pero de alguna forma él sabía que estaba en lo cierto. Empezó a sudar frío mientras leía poco a poco el texto que había descubierto. Se dice que los doppelgängers habían existido desde antes de la creación, antes de que la luz se hiciera en un universo completamente en tinieblas. Cuando nosotros empezamos a habitar el mundo creado por la luz crepuscular, ellos nos envidiaron, querían su derecho a estar en la luz, pero debido a su naturaleza oscura les era imposible. Entonces idearon un plan, un plan macabro y terrible. Se harían pasar por nosotros mismos, así el Creador no se daría cuenta de que aquellos que antes eran sus hijos sagrados ahora eran terribles criaturas provenientes del abismo, un abismo oscuro, frio y desolador. En el texto encontró diferentes casos documentados en cuanto a la aparición de los doppelgängers, cómo habían acabado con pueblos enteros, ciudades, metrópolis. Casi nadie se había dado cuenta, pues explicaban las desapariciones de las personas como causadas por la peste o por asesinatos durante las guerras. Sólo algunos pocos habían sobrevivido a las tinieblas, pero se les tachó de locos y fueron colgados en las plazas del pueblo, o mucho peor.
Richard lo supo en ese momento, no quería aceptarlo, pero todo encajaba. Aquella cosa que lo perseguía y que era él mismo se trataba de su doppelgänger. Lo estaba debilitando para así poder tomar su lugar en la luz crepuscular. Volteó hacia los grandes vitrales de la biblioteca y ahí estaba ese ser repugnante con sus ojos negros como aquellos pasillos de la biblioteca, sin vida alguna, pero que a su vez provocaban un terror descomunal que Richard sentía desde la parte baja de su espalda hasta su nuca. En ese momento quiso gritar con todas sus fuerzas y lo hizo.
Su propio grito lo despertó del trance en que se encontraba. Después de recordar esos momentos de pesadilla en la antigua biblioteca, ahora se encontraba de vuelta en su apartamento, sudando frio y a punto de desmayarse. Podía ver a través de su ventana la gran metrópolis, indefensa ante la invasión que ya se estaba gestando por aquellos entes malignos. Estaba tan sumergido en sus pensamientos que no vio la garra que se le abalanzó desde el reflejo del cristal. Por un momento, pudo ver la verdadera forma de la criatura. Sus manos eran más parecidas a una aleta de un ser acuático, con uñas largas y afiladas. Su cara era la de un pez deforme, con ojos negros como el carbón y una boca gigantesca con grandes colmillos afilados. Era bastante grande y con una fuerza casi comparable a su tamaño. Richard se encontraba muy débil para poder hacer algo, sólo observó cómo la horrenda criatura iba atravesando el cristal de su ventana, cambiando de forma frente a sus ojos. Tal cual el reflejo de un espejo, poco a poco la criatura empezó a asemejarse más a Richard. Con un esfuerzo sobrehumano, logró dirigir su mirada hacia abajo y observó la gran uña que le atravesaba el pecho. Lo estaban absorbiendo poco a poco, como quien disfruta de una buena cena.
Richard ya comenzaba a desfallecer, a hundirse en las tinieblas, viajando a aquella dimensión de la cual su captor había logrado escapar. Entonces la criatura habló con una voz demoniaca:
—No te preocupes, ya yo me encargo de todo.
El señor Richard fue encontrado por sus compañeros de la constructora siete días después, debido a su ausencia en el trabajo. Se encontraba en la bañera, completamente desangrado, parecía haber fallecido hace ya varios días. Se le informó a la policía y, durante la investigación pericial, algunos notaron el cristal de su ventana completamente roto.
—Seguramente usó el cristal para cortarse las venas —concluyó el perito de la policía.